¿Quién no ha experimentado lo que expresan los versos inmortales abajo transcritos?:
Echado está por tierra el fundamento
que mi vivir cansado sostenía.
¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día!
¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!
¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento
cuando se ocupa en bien de cosa mía!
A mi esperanza, así como a baldía,
mil veces la castiga mi tormento.
Las más veces me entrego, otras resisto
con tal furor, con una fuerza nueva,
que un monte puesto encima rompería.
Aqueste es el deseo que me lleva,
a que desee tornar a ver un día
a quien fuera mejor nunca haber visto.
Pregunto: ¿quién no ha padecido, alguna vez, tan brutal conflicto interior? Sorprende (deleita) la perfección formal de los endecasílabos. También el equilibrio logrado entre la ¿caprichosa? forma y el ¿reflexionado? fondo. Pero lo que zamarrea fuertemente al lector es la verdad que grita, a los cuatro vientos, el poeta. He dicho: la verdad. No es, la suya, poesía particular. Es universal. La del más grande sonetista español de todos los tiempos (sus iguales en la élite fueron Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Miguel Hernández y José Antonio Muñoz Rojas. Opinión personal): Garcilaso de la Vega. Escribió este yo no sé cuándo ni dónde el soneto traído aquí (nº XXVI) de fácil y bella factura y de no menos bella y fácil lectura que, me da a mí, no deja indiferente a nadie.
Daría lo que fuera por haber presenciado, in situ, la escena: Garcilaso escribiendo Echado está por tierra el fundamento y lo que sigue.
Me postro ante el poeta perito.
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