Infinitamente satisface mi anhelo que hayan concedido el Cervantes a Joan Margarit. Lo merecía. Por altura poética. Por honestidad poética. Por humanismo poético. Pocos especímenes reúnen la tríada mencionada (altura, honestidad, humanismo). Legión son quienes alardean de poetas (sin serlo). ¿Qué está pasando? Yo no sé. Pero yo sé algo: que, hoy, proliferan poetas y falta poesía. O tanto monta: abundan los textos poéticos que aspiran a ser poemas (sin lograrlo). Diré más: los “poetas” que no saben lo que dicen (Señor, ay, perdónales) rebosan el vaso de la tolerabilidad lectora.
Sí: el lector ostenta más paciencia que Job.
Joan no solo sabe lo que dice, por añadidura, lo dice bien y poesía es cuanto dice.
Un botón de muestra:
ÚLTIMO PASEO
Ya no comía. Y se me caía el cabello.
Estaba todo el día con los ojos cerrados.
Pero salí al balcón de madrugada
y alguien desde la acera, bajo un árbol,
me habló con una voz como la de mi madre,
que dormía en su cama junto a mí.
De repente no estaba ya cansada
y bajé sin muletas a la calle.
Nunca había podido andar así.
Sentí que me volvía la alegría:
cayó la enfermedad como una piel
sudorosa, dejada allí en la calle.
Nunca pude sentirme tan ligera.
Miré hacia atrás, a mi balcón,
la baranda como una partitura.
Dije adiós a mi padre y a mi madre.
La vida me eligió para su amor.
También la muerte.
Creo que la honestidad debería erigirse en rasgo principal de la poesía. Ciertamente yo no se la exijo al poeta. ¡Mal hecho! Tampoco el humanismo. ¡Muy mal! Sí, la altura poética.
Verbum Dei.
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