Carmen. Carmen Guaita. Carmen Guaita Fernández. Pero ella firma de este modo: Carmen Guaita. ¿He dicho ya que en las portadas de sus libros se lee el nombre Carmen Guaita en vez de Carmen Guaita Fernández? Discúlpenme tan socorrida repetición. Lo confieso: la he empleado con toda la idea del mundo. Retengan ese nombre en su memoria. Acudan a los libros que bajo su capa han sido escritos y editados en diversos sellos. O, simplemente, acudan al libro entre los libros de Carmen Guaita. Este: Todo se olvida (Ediciones Khaf. Madrid, 2019).
Todo se olvida. Literatura de vuelo profundo. Literatura del sentimiento higiénico. Literatura del intelecto al servicio del perdón. Vital, esta, para aquel que desee rendir cuentas a la vida por un afán de obsesiva e impertinente insatisfacción crónica. Probablemente “equivocada” insatisfacción crónica: creemos ser el centro del universo hasta cuando nos percatamos de que hay criaturas más desdichadas que nosotros y, encima, en continuo silencio. Así es: sin decir ni mu. Todavía más: sin que nadie les auxilie por no decir ni mu. Hacía mucho que no leía una historia con tanta carga emotiva y un nivel de escritura tan tan elevado que, según mi juicio de lector siempre hambriento de renglones, roza la pura excelencia.
Para muestra un botón: “En el transcurso de tu carrera conocerás a muchos como nosotros. Verás que coqueteamos con las mujeres y nos gusta sentirnos deseados por ellas, pero nuestra verdad es otra y por eso damos lugar a malentendidos en las más solitarias y sensibles. En las que son como tú, mi cantarina, herida, introspectiva Allodola. Por tus ojos hinchados y el desgaste de tu voz he visto lo que has sufrido. En tus apuntes sobre los personajes tachaste con rabia la frase `Norma y Adalgisa están enamoradas del mismo hombre´. Has llorado por mi culpa y eso no me lo perdono. Sin embargo me dolería indisponerte contra Bogdan. Es un buen artista, con una gran voz de bajo cantabile, producto natural de su tierra eslava. Dentro de nada os encontraréis por los teatros, será tu Colline, tu Fra Guardiano… Un camarada en escena. Olvida por tanto, y cuanto antes, esta ilusión imposible. El amor llegará a tu vida, querida niña. Y créeme si te digo que ni Bogdan es mi futuro ni yo significo nada en su vida. Simplemente es que, de vez en cuando, me acerco a los espejismo del amor aunque solo me hacen daño” (op. cit. pág., 122).
El pasaje copiado es una minúscula muestra del arte escritural de Carmen Guaita. Podría decirlo en referencia, ladeada, a la cantidad pero lo digo refiriéndome a la calidad en sentido recto. Ahora haré una breve mención al efecto extremo que la “calidad” provoca. Pocas (muy pocas) novelas poseen la inadvertida virtud de poder salvarle la vida a alguien. Yo me atrevo a afirmar que Todo se olvida tiene ese poder. En dos ámbitos (el segundo es conjetural): en el de la ficción y en el de la vida real. Novela, pues, “divina”. Permítanme la exageración. La estructura externa de la novela acumula e-mails, cartas, apuntes y conversaciones telefónicas (también viéndose, quienes conversan, las caras sin pantallas "móviles" de por medio). La carta nº 52 da cuenta de un suicidio frustrado. El de una ex monja que no halla su sitio en la sociedad y, tras algunas idas y venidas, opta por regresar al convento que una vez la acogió y del que decidió desertar libremente. La salvación de la mujer corre a cargo del nacimiento de un niño sin brazos. Ella no llamará sino María a la madre (primeriza) del niño…
Carmen Guaita será mujer creyente cuya fe subirá a las tablas del teatrillo de la vida y de la literatura a la mínima oportunidad. En esa carta de ficción (¿de ficción?) la vena religiosa de la autora saldría a escena sin restricciones. A lo largo y ancho de la novela sucedería algo parecido. Pero es en esta carta donde la capacidad de sugestión del sentimiento religioso la percibiría el lector con más claridad e intensidad. Aunque sin llegar nunca al hartazgo. Cualquier ateo o agnóstico disfrutará de esta novela igual que lo hará un creyente convencido o no tanto.
Otro botón de muestra: “El infierno es un lugar de increíble belleza: una joya cercana al mar donde la brisa despeina y la sombra procede de un volcán que tiene el cabello largo y nevado. La antesala del infierno es una casa palaciega, blanca de cal y de flores, donde todo parece perfecto. Sobre el dintel de su puerta hay una frase de la Divina Comedia: `Dejad toda esperanza quienes entráis aquí´, pero la han escrito con tinta invisible y nadie se da cuenta. Allí la muchacha condenada disfruta de una semana tranquila: visita Nápoles y escucha sus canciones populares, que se le anclan en el alma; un día descubre Pompeya con su hálito eterno; otro, la caldera del Vesubio, bella muntagna. Siempre lleva a su lado, siempre, a dos personas: Mazzé, una mujer silenciosa que actúa como doncella, y René Marugán, el ayudante para todo, con su voz metálica y sus ademanes fatuos” (op. cit. pág., 272).
Todo se olvida debería ser lectura obligada en escuelas, en Institutos, en Universidades. Habría, creo, que invertir un punto en educación sentimental. La gente del común (mayoritaria) resultamos demasiado ignorantes sentimentalmente hablando. Ya Gustave Flaubert apuntó algo al respecto en el libro La educación sentimental. La protagonista de Todo se olvida (Criptana Senzi) emprende un viaje iniciático a lo humano. En el trayecto encontrará vida y muerte, alegría y tristeza, y lo más puntiagudo: castidad indeseada y sexo deseado y quizá perverso. También, respeto y abuso, cargo de conciencia y conciencia descargada a partes (casi) iguales. Con el apunte extraordinario de que el lector no será menos que la protagonista: igualmente acometerá un viaje iniciático a cuya vuelta ya no será el mismo.
Criptana Senzi es una diva. Y en la actualidad de la novela, año 2005, residente perpetua en un geriátrico. Su mal: Alzheimer. La carga humana de Todo se olvida reside en la protagonista, en su hermana (Aurora Mateo), y en la monja y después ex monja (Cinta Torrals). Los demás personajes acaparan una humanidad vacilante por momentos o no tan lineal como la de los tres mencionados (todos ellos sublimes). Para Kant lo `sublime´ era “aquello en comparación con lo cual toda otra cosa es pequeña”. El filósofo puso el foco en la cantidad. Yo lo pondré en la calidad. Esta novela la rebosa por los cuatro costados. La cantidad es la que es y no puede ser otra: cuatrocientas ochenta y tres páginas de literatura de alta calidad cálida. En el tratado de retórica Sobre lo sublime, atribuido a Longino, se lee: “Es grande solo aquello que proporciona material para nuevas reflexiones y hace difícil, más aún imposible, toda oposición y su recuerdo es duradero e indeleble. En una palabra, considera hermoso y verdaderamente sublime aquello que agrada siempre y a todos”. La novela de Carmen Guaita agradará, me parece, siempre. La razón es sencilla: su lectura acaba siendo imborrable. Yo no sé si agradará o no a cualquier lector. Sí sé que quien se le oponga debería pensar en matricularse en la escuela de Flaubert…
Antes he apuntado que Criptana Senzi es una diva. Esto significa que el conocimiento operístico está presente en la novela desde la línea primera hasta la última. Ojo: ¿Qué autor se molestaría en poner al final de su libro, a modo de notas aclaratorias, una lista con los personajes y con las personas de carne y hueso (y no solo de imaginería) que interpretan o han interpretado ópera en todo el mundo para que al lector le quede claro cómo canta la protagonista y otros personajes de aquel? ¿Pocos? ¿Ninguno? Carmen Guaita lo hace. La voz de Criptana Senzi es la de “cuatro cantantes legendarias” de ópera. Una: Renata Tebaldi. Otra: Leyla Gencer. Otra: Pilar Lorengar. Y la última: Rosa Poncelle. Acabaré este post con una fórmula que quiere ser quiasmo (y ley metafísica): Todo se olvida si se recuerda todo.
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