Un poeta es, a menudo y por desgracia, un libro. O mejor (en mayúsculas): El Libro. Aquel por el que medio mundo, y parte del otro, lo conoce y reconoce. Un poeta será, a partir de ese libro, quien escribió (en mayúsculas) El Libro. La Obra según la cual nació un individuo singular donde los haya: un poeta. Marinero en tierra representó y aún representa allá dónde preguntemos a Rafael Alberti. Indudablemente lo representará por encima de cualquier otra obra. Es este un libro bello. E inigualable. Un libro profundo. Un libro musical: medido. Un libro que al lector podrá cambiarle la vida (de lector y la otra).
Sin embargo algo debió escribir Rafael antes de traer a la luz semejante prodigio poético. Serán versos que en sí mismos recojan la esencia de lo que, más tarde, el poeta del Puerto entregaría al mundo: una poesía elevada al alcance de pocos. Qué guardaría Rafael para ser capaz de fabricar un universo lógico y surrealista que a día de hoy solo Juan Ramón y Federico han sido capaces de igualar o (no es improbable por imposible que parezca) superar. Qué guardaría Rafael Alberti… Qué.
¿Serían versos que dirían…
Al mar
al mar
la serpentina azul de esta canción
Revientan las bengalas
y un cohete pirata asalta las estrellas
Suéltate los cabellos
mi corazón navegará por ellos
Las algas de la noche ya están verdes
y pronto va a volver el sueño
…y todo sin ser, aún, conocido de todos su autor? ¿O versos del tipo…
La noche ajusticiada
en el patíbulo de un árbol
Alegría arrodilladas
lo besan y ungen las sandalias
Vena
suavemente lejana
–cinturón del Globo–
Arterias infinitas
mares del corazón que se desangra
…tan desajustados pero sustanciosos y llenos, ya, de Alberti hasta salirse de madre?
Lo digo por aquello de que la raíz nunca desaparece. En ocasiones tengo la impresión de que quien hace públicos textos anteriores a la primera gran producción de un autor estuviera cometiendo un crimen de “lesa intimidad”. El publicador, de este modo, humillaría al pobrecito autor. Ocurre con las cartas de escritores. Yo no sé hasta qué extremo debe preponderar el afán de conocimiento a la intimidad que nunca fue escrita para publicarse...
El caso traído aquí no es “humillante”. Obviamente no encontramos en los versos arriba copiados la maestría que luego demostraría su autor en libros posteriores. Pero tampoco desmerecen. Quizá Rafael haya tenido suerte. Otros, en cambio, no tanto. Quizá él fuera más genial que el resto. Sea como fuere todos cometemos “crimen de lesa intimidad” cuando no nos aseguramos de que lo que estamos aireando responde al deseo del autor de airearlo. Nos reconforta un pensamiento inexacto: que estamos haciendo un bien a la humanidad en perjuicio solo de una individualidad. Y concluimos: no puede ser tan grave. Luego pensamos en los legítimos descendientes del autor cuya intimidad hemos invadido…
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