martes, 19 de enero de 2021

344/ De la lectura (o el olor del papel)

Me pregunto por qué leo. No hallo una respuesta única. Sí, ramificaciones de una respuesta supuestamente única. Una respuesta con visos de unicidad, a veces, otras de multiplicidad. O de ambigüedad. Por ejemplo: leo para deleitarme. Otro ejemplo: leo para recordar que el mundo puede ser o no ser sencillo así como ser o no ser complejo. Todo dependerá de uno. Otro ejemplo: leo para aprender a escribir. Otro ejemplo: leo por no tener nada mejor que hacer. De esto último estoy bastante convencido. Otro ejemplo: leo para no morir de hambre.

     El caso del lector Fernando Aramburu, sin serlo, es otro. Abajo lo copio:

     “En los vocablos ordenados con mayor o menor pericia por un hombre a quien ni siquiera conozco personalmente, por una mujer que quizá ya no vive, busco porciones de profundidad que procuren espacios nuevos a mi defectuoso entendimiento. Busco un poco de música verbal que me consuele y emocione. Busco, en fin, aquellas invenciones curiosas, intensas, divertidas, dramáticas, que, ideadas por un escritor de genio y revividas por un lector atento, continúan significando en unas páginas” (Aramburu, F.: Autorretrato sin mí. Tusquets Editores. Barcelona, 2020).

     El lector Fernando Aramburu busca en la lectura profundidad intelectual. También, consuelo y emoción. También, invenciones de características variadas. Pregunto: ¿Todo eso no podría englobarse en el “deleite”? Yo no sé. Dependerá de la idiosincrasia del individuo y lo que cada uno entienda por “deleite”. Tal vez mi visión de la lectura sea un punto hedonista. O un punto racional la de Fernando. ¿Y no son, en lo hondo, una y la misma ambas? Me alimento de palabras cada día. Mejor aún: los trescientos sesenta y cinco días del año con sus atardeceres y sus anocheceres. Concretaré más: De palabras escritas y no escritas. O buenas y malas. O agradables y desagradables. O coquetas y desaliñadas. O pintorescas y tradicionales. O apiñadas y desparramadas. O aceptadas y denegadas. O finas y rudas. O elegantes y desabridas. O perspicaces e ingenuas. O apropiadas e inapropiadas. En fin: palabras. Si me las quitasen, me moriría, así de sencillo y drástico a la vez. ¿Y qué mejor manera de asimilar todos sus nutrientes que hallándolas reunidas en un solo plato? Todo libro, creo, merece un agradecimiento total. Todo autor lo merece. La vida lo merece.

     El lector Fernando Aramburu lee en las noches y agradece esto: poder leer. En el libro arriba mentado lo expresa con toda claridad:

     “Y así, no es raro que en el momento de entregarme a la noche acuda a mi garganta una honda sensación de agradecimiento. Extinguida por fin la luz, todavía admirado, acaso conmovido, me parece percibir en la oscuridad del cuarto, mientras espero que me venza el sueño, el olor literario del papel”.

     No creo que exista una manera más hermosa de acabar un texto sobre la lectura.

     Fernando..., mi gratitud. 

martes, 5 de enero de 2021

343/ Don Perlimplín y Belisa

Nunca es tarde si la dicha es buena. A la vejez viruelas (es un decir) he conocido a don Perlimplím y Belisa, no sé si en el jardín de ella o en el de él, lo cual carece de importancia. Su amor `tampoco´ fue sencillo. ¿Tampoco?: Benedetti hizo comprender al mundo este tipo de amor (el difícil, imposible, casi) con el micro-cuento titulado: Su amor no era sencillo: un hombre y una mujer están obligados a fornicar en los umbrales porque él padece claustrofobia y ella agorafobia. Mario aunó, ahí, ambos conceptos. `Fornicio´ y `amor´ vendrían a significar lo mismo. El amor de don Perlimplím con Belisa en su jardín es menos laberíntico y erótico que trágico. Es sabido que Federico llevaba la tragedia en la sangre.

     En esta joya breve de la dramaturgia lorquiana hay un punto de inflexión de interpretación enredosa: refiero cuando don Perlimplín, casado ya con Belisa, se descubre como el amante “ideal” de ella y ella no se escandaliza. Todavía más: ella no parece querer aceptar la realidad que sus ojos están viendo. Don Perlimplín haría tándem con la imaginación en tanto que Belisa con el deseo. Y cuando la una (imaginación) con el otro (deseo) se junta…

     Veamos, ahora, unos pares adyacentes sin desperdicio (hacia el final de la obrita)...

     

     “Belisa: El olor de su carne le pasa a través de su ropa. Le quiero, Perlimplín, ¡le quiero! ¡Me parece que soy otra mujer!

     Don Perlimplín: Ese es mi triunfo.

     Belisa: ¿Qué triunfo?

     Don Perlimplín: El triunfo de mi imaginación”.

     

     A partir de aquí es el drama. Y que entienda quien pueda.

     Según el editor del ejemplar que manejo de Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín (Colección Huerta de san Vicente. Editorial Comares) no existe ningún manuscrito completo de la obra. Yo tengo la impresión de que a esta no le sobra ni le falta nada. Federico la escribiría entre 1923 y 1925. La dictadura de Primo de Rivera expropiaría todas las copias. Si tengo este maravilloso librito entre las manos es por obra de Pura Maortua de Ucelay y, desde luego, gracia de Margarita Ucelay. Miguel García Posada la reprodujo en Obras Completas (Galaxia Gutenberg). El año 2010 visité la Huerta de San Vicente.

     A todos ellos: Mi gratitud.