Me pregunto por qué leo. No hallo una respuesta única. Sí, ramificaciones de una respuesta supuestamente única. Una respuesta con visos de unicidad, a veces, otras de multiplicidad. O de ambigüedad. Por ejemplo: leo para deleitarme. Otro ejemplo: leo para recordar que el mundo puede ser o no ser sencillo así como ser o no ser complejo. Todo dependerá de uno. Otro ejemplo: leo para aprender a escribir. Otro ejemplo: leo por no tener nada mejor que hacer. De esto último estoy bastante convencido. Otro ejemplo: leo para no morir de hambre.
El caso del lector Fernando Aramburu, sin serlo, es otro. Abajo lo copio:
“En los vocablos ordenados con mayor o menor pericia por un hombre a quien ni siquiera conozco personalmente, por una mujer que quizá ya no vive, busco porciones de profundidad que procuren espacios nuevos a mi defectuoso entendimiento. Busco un poco de música verbal que me consuele y emocione. Busco, en fin, aquellas invenciones curiosas, intensas, divertidas, dramáticas, que, ideadas por un escritor de genio y revividas por un lector atento, continúan significando en unas páginas” (Aramburu, F.: Autorretrato sin mí. Tusquets Editores. Barcelona, 2020).
El lector Fernando Aramburu busca en la lectura profundidad intelectual. También, consuelo y emoción. También, invenciones de características variadas. Pregunto: ¿Todo eso no podría englobarse en el “deleite”? Yo no sé. Dependerá de la idiosincrasia del individuo y lo que cada uno entienda por “deleite”. Tal vez mi visión de la lectura sea un punto hedonista. O un punto racional la de Fernando. ¿Y no son, en lo hondo, una y la misma ambas? Me alimento de palabras cada día. Mejor aún: los trescientos sesenta y cinco días del año con sus atardeceres y sus anocheceres. Concretaré más: De palabras escritas y no escritas. O buenas y malas. O agradables y desagradables. O coquetas y desaliñadas. O pintorescas y tradicionales. O apiñadas y desparramadas. O aceptadas y denegadas. O finas y rudas. O elegantes y desabridas. O perspicaces e ingenuas. O apropiadas e inapropiadas. En fin: palabras. Si me las quitasen, me moriría, así de sencillo y drástico a la vez. ¿Y qué mejor manera de asimilar todos sus nutrientes que hallándolas reunidas en un solo plato? Todo libro, creo, merece un agradecimiento total. Todo autor lo merece. La vida lo merece.
El lector Fernando Aramburu lee en las noches y agradece esto: poder leer. En el libro arriba mentado lo expresa con toda claridad:
“Y así, no es raro que en el momento de entregarme a la noche acuda a mi garganta una honda sensación de agradecimiento. Extinguida por fin la luz, todavía admirado, acaso conmovido, me parece percibir en la oscuridad del cuarto, mientras espero que me venza el sueño, el olor literario del papel”.
No creo que exista una manera más hermosa de acabar un texto sobre la lectura.
Fernando..., mi gratitud.
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