A Pepa Delgado, budista de corazón.
A Agostina Lute, budista sin pretenderlo...
No me cansaré de airear las bondades del Budismo. Yo no sé si acaparará o no algunas maldades en su seno. Bondades, de todo rango, sí. Y muchas. Quien no haya experimentado en su propia carne la conveniencia de, al menos, conocerlas no sabrá nunca lo que su espíritu e inteligencia se pierden. Conviene no echar en olvido la inspiración lógica (racional) del Budismo. Yo no hablo de religión. Yo hablo de filosofía. Yo hablo de filosofía de vida. No me mueve la fe sino las ideas. Todo, aquí, principia y concluye en la meditación. No existe nada en el mundo más pacífico y profundo (sabio) que la meditación. Estas son, a juicio de José Antonio Marina y de Javier Rambaud (Biografía de la humanidad. Ariel. Barcelona, 2018. Pág., 167), las razones de su existir:
a) Liberar la mente.
b) Poder tratar a todos con dulzura y amabilidad.
c) Convertir la compasión en el pilar central de la concentración mental.
d) Considerar el amor como una realidad expansiva: a todo y a todos puede (a todo y a todos debe) llegar.
Cuatro aspectos fundamentales, por último, cultiva el Budismo:
1. La amistad.
2. La empatía.
3. La eliminación sistemática de la envidia.
4. La trascendencia, de un modo consciente, del placer y del dolor.
Pregunto: ¿Qué tiene que suceder para que el hombre se percate de ello y lo adopte como modelo de vida?...
Sic erat. Y namasté.
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