Hay citas que debieran grabarse a machamartillo en el imaginario del hombre. No habría que dejarlas en manos de zafios, carentes de escrúpulos, de límites éticos. Citas de este calibre no abundan. Podría parecer lo contrario. No abundan. Yo no hablo, aquí, de ideas biempensantes. ¡Vade retro, Satana! Yo hablo, aquí, del Evangelio de la Humanidad. Van, pues, más allá de la bondad. Llegan a palpar lo supra-divino. Refiero aquellas que no han sido ideadas para asombro del transeúnte sino de los mismos dioses. Sean, estos, los del Olimpo u otros. Para hallarlas no es suficiente acudir a las páginas de la Historia o a las de un libro. Hay que procurar toparse con ellas sin procurar toparse con ellas, es decir, dejando que le asalten a uno por el camino. No han sido, por lo demás, esculpidas en piedra. Ni en bronce. Ni en plata. Pero flotan en el aire de la conciencia ideal. Son citas espectaculares porque si las aplicáramos en nuestro día a día el mundo, como lo conocemos hoy, dejaría de existir. Entonces surgiría ante nuestros ojos (dichosos) un mundo nuevo. Nada que ver, por cierto, con el Nuevo Mundo…
Ejemplo de este tipo de citas es el que sigue:
<<(…) Cuando los humanos se liberan de la ignorancia, del miedo, del dogmatismo y del odio al diferente, es decir, consiguen los bienes necesarios, buscan la información adecuada, cultivan el pensamiento crítico y fomentan la compasión, convergen hacia situaciones que podemos considerar éticamente preferibles>>.
Los padres de la revelación son José Antonio Marina y Javier Rambaud. Ambos autores del libro Biografía de la humanidad (Ariel), donde aquella se encastilla.
Y, ahora, solo me resta por decir: ¡Amén!
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