A través de "El Aleph"
veo tu sonrisa al recibir este libro.
¡Que lo disfrutes, amigo!
(Agostina, Buenos Aires,
24 de enero de 2022)
Leer un libro descatalogado supone, para mí, un acto de rebeldía. Si ese libro raya a una altura sobresaliente, su extracción del catálogo del que un día formó parte se convierte en infamia, y yo en justiciero. Estos olvidos editoriales son restos de carne quemada. La piel engurruñada, encostrada, ya no vuelve a ser la misma. Pero se trata de una quemadura gozosa. No es fuego literal que abrasa. Es fuego simbólico, alegórico, estrambótico. Y si ese libro descatalogado versa sobre el mejor escritor de la historia de la literatura universal, aquí hay que pararse, tomar aire y mentalizarse de que uno está adentrándose en un mundo que puede depararle una que otra sorpresa de zamarreo y tente tieso bravos. Yo no idolatro. Yo admiro y esto, hay que decirlo, a pocos congéneres. Especificaré ahora: a tantos como dedos tiene una mano. El espécimen que inspira esta nota siempre generó, en mí, asombro. Y una especie de estética alegría no exenta de juguetona complicidad. Quién podría sostener, hoy, que Jorge Luis Borges no era un hombre felizmente cómplice.
Borges a contraluz (Espasa Calpe. Madrid, 1989), de Estela Canto, reúne un privilegio. El libro es, en sí mismo, un privilegio. Y el lector, que lo enfrenta, un privilegiado. Yo debo este apelativo a una de mis amigas del alma (indispensables): Agostina Lute. Representa, ella, la generosidad inusitada. No tuve más que hacerle partícipe de mi deseo de hallar un ejemplar de la obra de Canto en algún lugar del mundo, y sugerirle que ese lugar podía ser la patria `chica´ de Borges (Buenos Aires), para que se consagrara a la tarea no siempre fácil de buscar una aguja en un pajar. Ella, bonaerense de pro (del Plata), acudió a una librería de viejo de la megalópolis y entonces se hizo realidad el prodigio. Yo no daba crédito. Hacía años que mi mente rondaba la posibilidad, improbable, de leer en formato libro la obra de Canto. Agostina no solo me agenció el libro sino, además, una primera edición del mismo (de la <<Colección Austral>> de Espasa Calpe) con la dedicatoria arriba copiada. Solo una falla hallo: el lomo cuarteado y roto en su área inferior izquierda. Dentro, prima la buena salud del papel y de la tinta (erratas aparte), todavía impolutos.
Treinta y tres calendarios atesora el volumen y sigue legible e imperturbable. Justo lo contrario de quien se aventura por sus páginas sepias: podrá, este, quedar perturbado. Cómo zamarrea el libro. Cómo aniquila el ideal el libro. Cómo sugiere nuevas y, acaso, alocadas perspectivas el libro. Cómo empuja a indagar caminos poco trillados sobre la vida y obra de quien <<no fue feliz>>, acaparando el mayor talento literario conocido, aunque hiciera lo posible e imposible por serlo finalmente.
La prosa de Estela Canto es limpia, directa y cadencial, con una que otra resonancia borgiana. Esa resonancia borgiana no resta un ápice de mérito a las líneas maestras que le dan consistencia. El fondo es, por momentos, irónico. La forma, seductora. Un ensayo apto para ensoñación fina y afilada capacidad de nostalgia. También, para una extensa amplitud de miras. En él he descubierto una fenomenología no intuida por mí, años atrás, sobre Borges: no tengo motivos para dudar de la palabra de Estela. Yo podría achacarle varios despropósitos. Sin duda, serían conjeturales. No iré por ahí.
Juzgo la sección `Cartas´, sencillamente, iluminadora. Sin embargo podría acarrear culpa al lector escrupuloso de su intimidad (por empatía con el ilustre bonaerense). Me explicaré. Nunca antes había tenido ocasión de leer una sola misiva de Borges. Ahora, he leído catorce, cada cual más breve y contemporánea: pareciera que el autor las acabara de escribir. Algo me ha llamado poderosamente la atención: escapan al estilo personalísimo de Borges. Yo pensé que hallaría una prosa similar a la exhibida en sus relatos y, tal vez, en sus artículos. Nada que ver. A estas cartas les falta complejidad, musicalidad (aunque Estela tildase al autor de inepto musical), originalidad… Esto me lleva a pensar que el bonaerense se esforzaba en dar forma y curso a un estilo acaso alejado de su verbo cotidiano. Ello lo humanizaría. Y lo apearía del pedestal del super-escritor y convertiría en un esforzado, como tantos, que llegó a la genialidad vía disciplina lectora y escritora. Me gusta pensarlo así. Puedo estar equivocado.
No voy a reproducir, aquí, ninguna línea de tales cartas de amor. En esta bitácora he manifestado, a veces, mi aversión a la publicación de cartas de esa índole. Quiero decir: no intelectuales (o carentes de tesis), sí emocionales, que dejan a su autor en situación de absoluta vulnerabilidad. Cartas, estas, develadoras de la intimidad profunda de un ser humano que escribe cuentos y poemas como nadie. Si lo hiciera, reproducirlas aquí, traicionaría a Borges y a mí mismo. Tampoco voy a juzgar la decisión de publicarlas tomada, en su día, por Estela Canto (o por quien fuera). Allá cada cual con sus resoluciones. Solo he cometido un acto impúdico: leerlas con fruición.
Que Borges me perdone.
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