jueves, 26 de enero de 2023

399/ Cartas juanramonianas (VI)

DE BIEN NACIDO ES...


Hay autores <<aminorados>> por una injusticia, digamos, cósmica. A veces, esa injusticia cósmica se vuelve injusticia humana, a secas. Yo no hablo de la injusticia, del tipo que esta sea, movido por parámetros o criterios cualitativos. No. Más lo hago, por el contrario, movido por criterios o parámetros cuantitativos. Les pondré en situación. Un poeta escribe y publica una veintena de libros. Ese poeta nace en la misma localidad que otro cuya fama es del todo universal. Ese poeta gana el mayor premio literario en España después del Cervantes (el <<Nacional de Literatura>>) el año 1971 por el libro <<La duda>>. Ese poeta no es conocido por nadie más allá de cuatro o cinco cracks en la materia. Ese poeta (para más señas: moguereño. Hagamos un poco de justicia, digamos, cósmica…) no fue nadie distinto de Francisco Garfias López. Y yo pregunto: ¿Cuántos de ustedes han leído a Garfias? ¿Cuántos han hecho por buscar alguno de sus libros en los últimos tiempos? Francisco Garfias fue contemporáneo de Juan Ramón. Fatalmente. Ello no es algo que él pudiese controlar; con toda probabilidad hasta estaría orgulloso de no haberlo podido controlar… Y otra pregunta: De no producirse tal coincidencia espciotemporal, ¿habría devenido diferente su carrera literaria? Respuesta: Sí. Un sí rotundo. No es normal, habiendo pasado cuatro maravillosos años en Moguer (como estudiante de ESO y Bachillerato), que a mí no se me hablara jamás de Garfias. Ni tan siquiera en clase de Literatura. No es, como sostengo, normal. Hay que decirlo. Y lo digo. 

     Vaya aquí y ahora una carta, fechada el 16 de diciembre de 1945, que Juan Ramón dirigió a Francisco Garfias agradeciéndole a este que le hiciese llegar uno de sus libros y alabándolo como persona y como poeta:

     

     <<Mi querido amigo:

     Me han llegado de España su libro “Caminos interiores” y las pájinas [páginas] sobre mí que usted leyó en Fuentepiña el año pasado.

     Sus pájinas [páginas] sobre mí me llenaron de emoción por el buen afecto que revelan para lo mío, y de gusto por su calidad sentimental e ideal, calidad interior que también tienen los versos de su libro. La calidad interior, la calidad honrada. Eso es todo para mí y en todo. Calidad de personas, de cosas, de pensamientos y de voluntad. Si la calidad lo fundamenta todo, todo será bueno y hermoso. Y entonces nada nos importarán los cuervos de todo jénero [género]. Gracias, mi querido Francisco Garfias, ¿hijo de mi nunca olvidado amigo y compañero Domingo?

     Cuénteme algo de usted, de sus padres, de su casa y su vida; de mis amigos; lo que pueda y quiera de su Moguer. ¿Y qué edad tiene usted? Ahora, lejos de España, todo es para mí como un Moguer grande y dominador, y quisiera tener moguereños a mi lado.

     Con mis más cariñosos recuerdos para los suyos, un abrazo muy hondo para usted de su agradecido paisano y amigo,


     Juan Ramón Jiménez.


     Perdóneme esta escritura a máquina. Es por la censura, ya que mi letra dicen que no se entiende.

16 de diciembre de 1945>>.

     

     Francisco Garfias en tiempos de la publicación de <<Caminos interiores>> tendría unos veintidós años. Injusto es pírrico.              

lunes, 16 de enero de 2023

398/ Cartas juanramonianas (V)

ARS POETICA


No hay mejor modo de conocer la poética de un poeta que preguntándole directamente al mentón. Cuando esto no es posible solo nos resta que el poeta haya tenido la feliz idea de escribir sobre ello y, después, darle difusión. Es el caso de Juan Ramón Jiménez. Por suerte. Digo, pensando sobre todo en los críticos y criticones, en los blogueros de capa y espada y eruditos a la violeta que pululan por doquier; en los conjeturadores y cuestionadores desbocados, sin razón de peso que sostenga su cuestionamiento y desboque, su eterna sospecha (mejor: su duda maquiavélica). ¿Exagero un punto? Yo no sé. A partir del instante en que uno lee lo que el autor ha escrito sobre su propia poética debería bastarle para no meneallo más y creer a pies juntillas lo que allí (en el texto en cuestión y seguramente en cuestionamiento) se dice. 

     Y lo que se dice en ese texto (una carta a Luis Cernuda fechada en Washington, en julio de 1943) es lo que sigue:

     <<(…) sobre mi escritura poética o literaria.

     Yo he desdeñado siempre, y más cada día, el “asunto” y la “composición”. Lo que siempre me tienta es la sensación que un fenómeno produce, la inquietud pensativa y sensitiva que queda después del asunto y antes de la composición; y lo que me interesa es libertar sensación e inquietud. (…)

     (…) En cuanto a la construcción, la “estructuración” (¡qué palabreja de la generación ingeniera!), yo no hago el frasco, ni la esencia en el frasco; yo hago la esencia. El que pueda que lo coja. Soy, fui y seré platónico. La expresión alada, graciosa, divina, y nada más, nada menos. Que otros sean los albañiles o los panaderos plásticos del idioma español. Si, como creo, el verbo ha de ser, en el fin tanto como en el principio, es porque es inefable. El libro capital y único que espera Mallarmé será fatalmente corto. ¿Por qué he de hacer yo, lejano Luis Cernuda, lo que pueden hacer tantos? Yo hago lo que sólo puedo hacer yo>>.

     No creía JRJ en la estructuración de la obra. Vale. Yo me atrevo a suponer (sin enmendarle la plana a JRJ; ¡Buda me libre!) que lo que quiso decir exactamente el moguereño es que la estructura de un poema, de un poemario, es algo que se va <<construyendo>> a sí mismo a medida que el poeta escribe. No habría, pues, un plan de estructura preconcebido. Se llama: escritura instintiva. Esto cuadraría bastante con lo que, hasta hoy, hemos podido saber (o creemos haber podido saber) sobre el <<Andaluz Universal>> y su modus scribendi. No es, creo, poco. Juzgue el lector si no.

jueves, 5 de enero de 2023

397/ Cartas juanramonianas (IV)

SER DE OBJETIVIDADES


Las cartas de Juan Ramón Jiménez (incluidas aquellas en las que el poeta da rienda suelta a su ira, como él mismo dice, en respuesta a algún agravio de terceros) me parecen deliciosas. Y, de entre todas ellas, especialmente las que hablan de su patria chica: Moguer. Su (mi) querido Moguer. Cuatro años imborrables pasé yo en <<la luz con el tiempo dentro>>: los del bachillerato, los de la amistad, los del amor adolescente desbocado y lleno (a rebosar) de ensoñaciones de escritor en ciernes…

     No abundaré en ese tema.

     Hoy traigo a escena dos pasaje breves de las cartas de JRJ. Es sabido por todos que Juan Ramón nunca tuvo pelos en la pluma. Siempre dijo cuanto creía que debía escribir. Sin remilgos de ninguna clase. Sin temores que se precien. Tampoco su pueblo escapó a la crítica encarnizada (quizá no tanto en el caso que nos ocupa) que el mejor de nuestros líricos cursó una vez sí y otra también contra todo y contra todos. Y, de paso, mostraré una vanidad del escritor sabedor de su preponderancia en el mundillo literario de la época y de cada época…     

    La crítica (extracto de una carta a Luis Bello fechada en Madrid, el 7 de diciembre de 1927):

     <<No sé si piensa usted insistir sobre Moguer, aunque me figuro que si llegó usted por Huelva, le quitarían allí las ganas, según vieja costumbre de la capital choquera que le viene anulando día tras día y en todas formas desde hace muchos años. Moguer, a pesar de su actual y lamentable decadencia, de la que le corresponde parte a algunos moguereños, sigue siendo a mi juicio el pueblo más interesante, hermoso y atractivo de la provincia, incluyendo, naturalmente, a su anodina capital>>.

    La vanidad (otro extracto de la carta mentada más arriba):

     <<(…) Mi libro [“Platero y yo”] circula por escuelas, colegios y universidades de España y del extranjero –y gracias a ello mi Moguer es amado en el mundo (…)>>. 

    Juan Ramón: hombre de contrastes brutales. Tan fiero como tierno. Tan amoroso como odiador. Tan libre de los demás como esclavo de sí mismo. Genio y, desde luego, figura. No figurón, nadie se equivoque: figura rotunda y absoluta de los ruedos literarios.     

martes, 3 de enero de 2023

396/ Cartas juanramonianas (III)

UNA PERTINENTE IMPERTINENCIA


De muchos es conocida la anécdota del enojo de Juan Ramón Jiménez con unos vecinos que el poeta tuvo en Madrid: los señores de León. Yo, la anécdota, la conocía de oídas. Hoy, leída por fin, sigo juzgándola de auténtica traca. Insisto en lo que de un tiempo a esta parte vengo sosteniendo aquí: soportar, sin desfallecer, al <<andaluz universal>> tuvo que ser algo al alcance de muy muy pocos. Incluso, diría que de una única (excepcional) persona: Zenobia Camprubí. No creo a nadie en el mundo, más allá de esta fantástica mujer, capaz de semejante hazaña. No solo había que lidiar con los continuos cambios de humor del poeta, también había que hacer lo propio con sus manías, sus miedos infundados y sus impertinencias tan próximas a la neurosis. Aunque, seamos honestos, la aquí traída no parece pecar de ello. Más al contrario: si todo sucedió como Juan Ramón deja entrever en su carta, llevaba más razón que un santo, y los León se pasaron de frenada importunándolo sin cuento. Para no incurrir en falta de objetividad transcribiré la carta mentada y que el lector de esta bitácora juzgue por sí mismo:

     

     <<Queridos vecinos:

     Desde que le regalaron a ustedes esa vil pianola, la casa ha perdido toda su dignidad. Esto es a todas horas, y por virtud de ustedes, un cine, un cabaret. ¡Qué lata y que niñería permanente de musiquillas de cuplés y de baile americano! Hablar a ustedes de derechos y deberes de vecinos que viven en una misma casa, que pagan lo mismo, etc., sería absurdo, puesto que en España esas cosas no tienen sentido y, aquí, el que trabaja en serio tiene que hacerlo –¡ay!– a salto de mata, a deshora, sin ritmo, como Dios quiera. Prescindo de ello, por lo tanto.

     Pero como mientras la pianola de ustedes toca y toca doce horas al día, yo no puedo hacer nada, me voy a dedicar a ponerme a tono con ustedes. Y el tono será el de los platillos y el redoblante. Así es que en cuanto usted empiecen con su pianola, empezaré yo con tambor y metal. Se lo aviso a ustedes de antemano, no se asusten y tengan que llamar a la casa de socorro, o para que preparen algodones y demás porque el ruido va a ser tempestuoso, diluviante, apocalíptico. 

     Su desocupado y envilecido vecino,

     

     Juan Ramón Jiménez>>.


     Nótese el tono de burla. Nótese también el deseo del poeta de no envenenar demasiado con su misiva la atmósfera seguramente pacífica de la casa. Y nótese, por lo demás, cómo Juan Ramón utiliza el humor para suavizar su endiablado enojo. Él, que no fue nunca demasiado pródigo en la broma, en la chanza, en el chascarrillo… A mí me queda la duda de si dice la verdad cuando apunta que la <<vil pianola>> de los León <<toca doce horas al día>>. ¿No será esta una exageración andaluza más? ¿O, por el contrario, se ajustará a la más pura y estricta verdad ese número? Nunca lo sabremos. En cualquier caso todo (o casi todo) justificaría la creación de belleza a niveles extraordinarios (como es el caso de la poesía de Juan Ramón. Juan Ramón era, y es, el mejor poeta de la historia de la literatura universal), todo, incluso la más atroz de las impertinencias humanas. Y qué genio no tiene sus más y sus menos con el prójimo carente de genio. El común de los mortales tendrá dificultades para entender esto. ¡Larga vida, pues, al impertinente crack! ¡Al hacedor de bellezas! ¡Al sensitivo, e hipersensible, Juan Ramón Jiménez Mantecón!