<<SOMOS, MAL QUE LE PESE A ALGUNOS, LENGUAJE>>
Galdós, una y mil veces. Mil y un millón de veces, Benito Pérez Galdós (mejor: su literatura) deleitará a ciento y la madre. Lo digo sin exaltarme un punto. Sé que parece lo contrario. Y es que no deja de asombrarme la maestría desarrollada por este canario de tan melódico trino en su magnum opus <<Episodios Nacionales>>, y además, como quien no quiere la cosa. El lector tiene la sensación (diría yo más: la certeza) de que al autor no le costó esfuerzo escribir lo que finalmente escribió en tan galanas páginas: párrafos perfectamente trabados cuyo léxico, exquisito, hará las delicias de todo quisque. Y luego están las descripciones. No soy yo muy dado a estas. Las galdosianas las juzgo de un nivel tan elevado que aún proponiéndomelo no podría hacerles ascos; refiero las paisajísticas y las caracterológicas.
Botón de muestra: <<Guillermos de Aransis, marqués de Loarre por sucesión directa, conde de Sámanes y de Perpellá por su parte en la herencia de San Salomó, era un joven de excelentes prendas, corazón bueno, inteligencia viva; prendas, ¡ay!, que se hallaban en él ahogadas o por lo menos comprimidas debajo del avasallador prurito de elegancia. Resplandor de la belleza es la elegancia, y como tal, no puede negársele la casta divina; pero cuando al puro fin de elegancia se subordina toda la existencia, alma, cuerpo, voluntad, pensamientos, sobreviene una deformación del ser, horrible y lastimosa, aunque, en apariencia, no caiga dentro del espacio de la fealdad. Dotado de atractivos, hermosa figura, palabra fácil y seductora, no vivía más que para agregar a su persona todos los ornamentos y toda la exterioridad que había de darle brillo y supremacía evidentes entre los individuos de su clase>> (<<Episodios Nacionales>>, <<O´Donell>>. Espasa, 2008. Pág., 58).
Con las líneas precedentes el lector podrá hacerse una idea despejada del perfil del personaje. Sí, lector, acertaste: Guillermo de Aransis es un narciso; no de los peligrosos quizá, pero narciso al fin y al cabo, con mayúscula. Y, ¡ojito con estos especímenes! Manipuladores con mala baba son todos ellos.
Continúa Galdós de esta guisa: <<Exaltado de su amor propio, no reparaba en medios para obtener tal supremacía y hacerla indiscutible; sus trajes habían de ser los más notorios por el sello de la personalidad, siguiendo la moda con el pretexto sutil de acatarla sin parecerse a los que ciegamente la seguían. Había de ser lo suyo distinto de lo general, sin disonancia, o con solo una disonancia que, por muy discreta, llevaba en sí la deseada y siempre perseguida superioridad. Se preciaba, o de inventar algo en el arte de vestir, o de ser el primero que importase de los talleres parisienses las formas nuevas, cuidando de presentarlas modificadas por su gusto propio antes que el uso de los demás las generalizara. En todo esto, para que resultase verdadera elegancia, la naturalidad sin estudio alejaba toda sombra de afectación>> (op. cit.).
<<Alejaba toda sombra de afectación>>. Así es, y desde luego, ocultando su verdadero ser: la prepotencia del narciso. Ocultando tal cosa y, por añadidura, su inseguridad. Esto se desprende de las teorías psicológicas actuales sobre narcisismo: el narciso oculta su baja autoestima simulando superioridad, <<enfermiza>> diría yo, con el fin único del aprovechamiento ajeno.
Concluyo ya. Quienes crean que leer a Galdós supone caer de hinojos en un sopor de antigualla que vayan haciéndoselo mirar. Los clásicos lo son (clásicos) por algo; no es capricho (excepciones hay) de la industria editorial. Acaso Galdós sea, por encima de Cervantes incluso, el mejor novelista español de todos los tiempos. Pero no nos quedemos sólo con el escalafón de maestría literaria en nuestra perspectiva mental. Quedémonos, también y además, con el deleite que una prosa como la galdosiana renta al lector de buen entendimiento (el otro lo tendrá más difícil). Un deleite que a todas luces sobrepasa, con creces, al que puedan ofrecer hoy la totalidad de novelistas españoles vivos. Una vez más se pone de manifiesto el valor que en literatura tiene no sólo el fondo, pues la forma le va en zaga a este, el lenguaje le va en zaga a este…
Cuidemos (mimemos) el lenguaje; en su haber está nuestra alma identitaria. Somos, le pese a quien le pese, lenguaje. Nadie lo olvide. Convendría cuidarlo (el lenguaje) y, de paso, utilizarlo mejor. Nadie nace sabiendo; sí, con capacidad de aprendizaje (cada uno la suya), me parece.
Pues eso.