Pueblo igual a invariabilidad vital. Ciudad igual a vida amena. Pero esto no será del todo así. El narrador de <<Las hermanas coloradas>> lo juzga de otra forma (es decir: la vida en el pueblo sería <<monótona>>. Punto) a juzgar por el siguiente párrafo sin concierto y un poco abigarrado:
<<Todos los días la misma torre, el mismo poniente e igual música de saludos en cada esquina. Todo quieto y lúcido. Sólo la carne padece. Sobre igual paisaje las carnes adoban y resecan hasta emprender la muerte. Todo es un juego de pequeñas vueltas, de idénticos círculos, de parejas sombras, palabras, caras, fachadas, historias y torre. La plaza, con el Casino, la Posada de los Portales y el Ayuntamiento es el eje de esa ruleta de luces isócronas, de parejos saludos, de risas, campanadas, ladridos, y petardeaos de coches. Don Isidoro se asoma a su balcón a las doce, poco más o menos. Manolo Perona que llega al Casino. El relevo de los guardias, la gente que viene de la compra. Todos los días a la compra. Don saturnino, que va de visitas, al pasar por la plaza saca la cabeza por la ventanilla del coche para ver la hora. Los señores curas pasean por la glorieta con revuelo de sotanas. Si se muere uno, o se va, viene otro y luego otro, pero siempre hay a la caída de la tarde curas paseando entre pliegues de sotana. Las tinajas de vino cada año se llenan, cada se vacían. Las lonas del mosto cada año se manchan, cada se lavan. Ya llega la noche, la plaza se queda vacía y todos a la cama con cara modorra. <<Sus mujeres duermen>>. La Gregoria suspira. ¿Y su hija, la Alfonsa? ¿Hasta qué hora mira el rayo estrecho de luz que filtra la ventana?>> (op.cit., biblioteca El Mundo. BIBLIOTEX, S.L., 2001. Pág., 184).
Ese <<rayo estrecho de luz que filtra la ventana>> es el mismo que vieron las hermanas coloradas mientras permanecían retenidas en un inmueble de Madrid, que es ciudad y no pueblo, por mucho que algunos ideólogos de la vieja escuela se empeñen en parangonarla (a Madrid) con un inmenso pueblo manchego. No, no. Madrid es urbe en toda regla. Vale que su idiosincrasia consista en una mezcolanza entre lo sofisticado y lo sencillo. Vale que su población fluctúe entre lo moderno y lo castizo. Vale que su historia literaria rezuma clasicismo y romanticismo. Todo eso, insisto, es válido. Pero aquel que osa identificar Madrid con un poblachón manchego o no sabe lo que dice o dice lo que no sabe. Madrid no es sino urbe angustiosa, colapsada, alienante. La <<monotonía>> que sufrieron las hermanas coloradas es exactamente la misma que sufrió el sujeto poético de aquel poema de Machado (<<Las moscas>>) que empieza…
Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas
…y acaba así:
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
Monotonía de la evocación. Monotonía de la memoria. Monotonía de la nostalgia de un pueblo. Nostalgia: inductora de literatura. El pueblo, aquí, es el protagonista. Eso, amigos, es todo.