Un poema de Julio Numhauser, cantautor chileno, lo cambia todo. Su título: <<Todo cambia>>. Y dice así…
TODO CAMBIA
Cambia lo superficial
cambia también lo profundo
cambia el modo de pensar
cambia todo en este mundo
Cambia el clima con los años
cambia el pastor su rebaño
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño
Cambia el más fino brillante
de mano en mano su brillo
cambia el nido el pajarillo
cambia el sentir un amante
Cambia el rumbo el caminante
aunque esto le cause daño
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño
Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia
Cambia el sol en su carrera
cuando la noche subsiste
cambia la planta y se viste
de verde en la primavera
Cambia el pelaje la fiera
cambia el cabello el anciano
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño
Pero no cambia mi amor
por mas lejos que me encuentre
ni el recuerdo ni el dolor
de mi tierra y de mi gente
Y lo que cambió ayer
tendrá que cambiar mañana
así como cambio yo
en esta tierra lejana.
(Julio no acierta, de pleno, de chiripa).
¿A qué, Julio, con eso del sempiterno amor? No, hombre, no. El amor, como cualquier otro ente parapsicológico, está (no podía ser de otro modo) sujeto a cambio. No idolatremos lo que es susceptible de mudarse más temprano que tarde.
El amor, Julio, muda. El amor evoluciona (o involuciona). Y no debemos, conjeturo, sentirnos culpables por el hecho en sí; léase: detonar el explosivo de la evolución (o involución) del amor. La mente humana no está hecha de cables sino de neuronas. Cierto que, a veces, éstas echan humo… Vale, y qué.
Lo importante es: la libertad de fluir con el amor sin ponerle grilletes ni anexionarle con goma de fijar alas. Se trata, ay, de fluir (y no de volar) con la vida. ¡Con la vida!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.