EL PROYECTIL CARGADO DE <<LO PORVENIR>>
Releyendo Una historia ridícula (Tusquets, 2022), de Luis Landero, me he percatado de algo único en la circunscripción territorial de la literatura: el trazo fino del perfil de los personajes, que el autor prodiga sin perjuicio de la 1ª persona del singular. Juzgo meritorio esto. Lo habitual es que el autor conceda errores al narrador protagonista, que no tiene porqué ser experto en la materia que se esté tratando: Psicología, Filosofía, Literatura… Aquí, en cambio, el narrador protagonista acierta con su bisturí verborreico cuando efectúa una profunda incisión en la carne de los otros personajes para verles las vísceras y su exacta disposición dentro del cuerpo. Nada perverso hay en ello; al contrario: se trata de un análisis concienzudo de la naturaleza humana; concienzudo y censurable: quien lo ejecuta es un perturbado…
Marcial, inquietante trabajador del sector cárnico, es carne de psiquiátrico: un neurótico obsesivo y paranoico. Una de sus paranoias consiste en creer que los demás se burlan de él, lo que en el fondo de su odre de pellejo fino y hueso carcomido por el odio le origina fuertes rachas de ira contenida (ventoleras de pasión) que sólo hallarán escape a través de una venganza despiadada el día menos pensado. Apostillaré algo: el propio Landero, al ser preguntado por este particular (o sea: la maldad impura, por ser bondad de inicio, de Marcial), ha afirmado que ésta tiene una justificación: las circunstancias que rodearon la infancia del trabajador cárnico. Fin de la apostilla. Él (Marcial) subraya la peligrosidad de su carácter desde los primeros compases de la novela; sin preverlo nadie (ni nada) puede llegar a cometer el peor acto <<humano>> que quepa imaginar. Pero, al cabo, todo sería producto de la capacidad especulativa del lector… En ningún momento se le proporciona a éste la certeza de que vaya a suceder algo así; pistas hay; eso es todo. El lector intuye primero; después, induce; finalmente, lo que indujo e intuyó, acaba sucediendo (o no. O sólo a medias) en la realidad de la irrealidad de la novela.
En lo más arriba expuesto radica, me parece, el arte de Una historia ridícula. Recalcaré la idea por si no se ha entendido bien: en dejarle al lector, en la palma de la mano, el proyectil cargado de <<lo porvenir>>. ¿Sucederá esto o lo contrario? Y, trascendiendo ya la mera intriga (elemento manido del cualquier superventas. Este libro no es un superventas), otro proyectil cargado pugna por achicharrar la palma de la mano al pobrecito lector: ¿Esto que acaba de suceder es verdad o mentira? Y, ¿es esto, por tanto, una figuración del narrador-protagonista o la verdad pura y no menos dura descrita por un tercero concurrente en el lugar en que se producen los hechos? Y en esas, pian-pianito, camina todo el rato el lector de Una historia ridícula; novela sobresaliente. Pocos autores estarán capacitados para idear y confeccionar semejante artilugio literario.
Una re-lectura, ésta, de lo más significativa. Yo no aguardaba tanta sustancia de alto voltaje al acometerla. Al lector, de primeras, puede explotarle en la mano el sofisticado artilugio (el proyectil cargado de <<lo porvenir>>). Es entonces cuando deberá plantearse la posibilidad, nada desdeñable, de la re-lectura. El precio a pagar por la repetición es pírrico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.