Álvaro Alonso Barba nació en Lepe. Alquimista recalcitrante, zalamero con la clerigalla, era. Parió un Arte de los metales afamado. Lo reivindica Dragó en su Gárgoris y Habidis. Yo voceo: ¡Ijujú! Posee la Onuba cuasi lusitana su hierofante.
Lo estrambótico del caso radica en que el alquimista arribó a América (precolombina); concretamente: al <<Distrito inca de Tihuanaco>>, y en calidad de cura, <<adepto>> y evangelizador al par. ¡Ay, sombra que me asombras!
Nadie se asombre ni, por ende, sombrío se halle: esto del par (del <<pluri>>) se huele en la vieja huerta de la alquimia. Los de la panacea universal embarullaban mejunjes sincréticos en busca de Oro. Dicha obcecación, para mí, dibuja con carboncillo una escena táurica: la estocada espiritual sobre el espinazo del iniciado. Un modo éste, como cualquier otro, de crecer padeciendo tormento. Siendo uno cura o, tanto monta, curandero.