Demanda mi álter ego: <<¿Cuál es el mejor soneto que has podido degustar hasta hoy?>> Sea. Helo aquí (no lleva título):
<<Si te llamo azucena, si te llamo,/ ¿a qué jardín del mundo no le obligo?/ Si te digo romero, si te digo,/ ¿a qué monte del mundo no reclamo// que tenga tu color y olor? Te amo/ por el romero en ti, porque te sigo/ como a jardín del alma que te digo,/ como monte del alma que te llamo.// Y con tanto nombrarte y renombrarte/ sin variar de nombre, a cada cosa/ bella, la voy llamando con mi acento// y las dejo morir al silenciarte,/ y si digo azucena y digo rosa,/ las nombro a ellas, pero a ti te siento>>.
Factura: J. A. Muñoz Rojas.
Íntegramente daría mi vida de anacoreta por haberlo escrito yo. Cambiaría, por él, toda mi obra. Por él me consagraría a otro menester cuya “concubina” no fuese el abecedario. Con él aludiría a Ella (y ¡a tente bonete!). Escribir de este modo deriva en rectilínea plática con Dios. Me agencio, por derecho, tal soneto como sanctasanctórum personal y transferible…
Ave, maestro.
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