...con Sara y Raquel e Irene en el recuerdo.
Daniel, el Mochuelo, cuenta once primaveras. Once fueron las veces que vi yo amanecer un 17 de abril. Él
debe partir a la ciudad en busca de progreso. Yo tuve que marchar a Granada en
pos de la vida. Su amigo el Moñigo zurra a hombres que están en la veintena. Yo
atizaba a adolescentes. Daniel nace en un valle septentrional. Yo
nazco en otro sureño. La hermana del Moñigo se llama Sara. Yo tuve un amor de
aula: Sara. El Mochuelo y el Moñigo de ordinario se aventuran fuera del pueblo.
Yo indagaba más allá de las fronteras del mío. El pueblo del Mochuelo
dispone de estación ferroviaria. En el mío paran los trenes. En el pueblo del
Mochuelo vive un marqués: Antonino. En el mío vive otro “marqués”: Antonino.
Una mujer responde al nombre de Rita y al sobrenombre de Tonta. Yo conocí a
otra Rita que era un poco tonta. El Moñigo ejecuta flexiones gimnásticas que
congestionan su musculatura. Yo me aficioné al levantamiento de mancuernas y de
placas de hierro auxiliado por poleas. El Mochuelo y sus camaradas Moñigo y Tiñoso tienen
un encuentro con el Manco (“viejo” sabio). El niño co-protagonista de mi
segunda novela lo tiene con otro anciano sabedor. La Mariuca-uca es rubia
con ojos azules. La niña co-protagonista de mi segunda novela es rubia con ojos
azules. El padre del Mochuelo es cazador. Mi abuelo era cazador. El hermano de
la madre del Mochuelo regala a éste un Gran Duque (tipo de búho). Yo veía uno
de éstos en casa de Miguel el de Antonia cada vez que iba allá con mi primo de
visita esporádica y fugaz. Y lo más llamativo de todo: un amigo mío
responde al apodo de Mochuelo. El año
1989 leí por vez primera El camino. Hoy
termino de releerlo. Es uno de los libros de mi infancia. Tuve que examinarme de
él. No me arrepiento (porque me gustó). Lo leí con minuciosidad. Creo que
aprobé. He estado a punto de llorar tres o cuatro veces conforme avanzaba en mi
relectura. Esas letras que conforman palabras que conforman frases que
conforman párrafos que conforman capítulos que conforman la novela son la misma
novela y capítulos y párrafos y frases y palabras y letras que mi cerebro
registró con solo once añitos y que, hoy, vuelven a insinuársele (a mi cerebro)
a modo de sugestión emotiva. ¡Qué disparate el tiempo! Cada término refleja un
sentir gestionado por mí de modo diverso según criterios de infancia y de
adultez. Todos los sentimientos, todos, y no el amor: sigo amando como un niño y como
tal pataleo y lloriqueo disconforme. Todos, todos, hasta la soledad. De niño le
rehuía y la disfrutaba. De mayor la busco. Y la detesto. La llamo. Y la repudio. Incluso le
pongo nombre poético (del portugués): saudade. Todos ellos y ninguno me pasaron
por la cabeza. Siendo niño supe la vida. Me he hecho hombre y solo sé lo que
hay en los libros. He vuelto a mi felicísima niñez con la tristeza de un hombre
no hecho y aún torcido. Corrijo: con la entereza. Largamente suspiro ahora
(todo suspiro es una protesta pacífica). Mi gratitud a Miguel Delibes por ofrendarme El camino. Mi querido y soñado (siempre literario)
Camino.
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