¡Hora era de leer algo
divertido! ¿Por qué la literatura se regodea en la tristeza o en la tragedia o
en la agonía? Debería indagar lo ridículo y lo cómico y lo extravagantemente
risueño. Otro gallo haría gorgoritos en ese corral. ¡Milagro! Se ha muerto mamá, de Alfonso Ussía, es una deliciosa y
berlanguianísima humorada. El marqués de Sotoancho (Cristián Ildefonso Laus Deo
María de la Regla Ximénez
de Andrada y Belvís de los Gazules, Valeria del Guadalén y Hendings) ha
conquistado mis entrañas. También su madre: Cristina Victoria Jimena Belvís de
los Gazules Hendings, Boisseson y Hendings. Y su hombre de confianza (el del
marqués): Tomás Miranda Carretón. Y su mujer (la del marqués): Margarita
Restrepo Olivares. Y su administrador (el del marqués): Alcoceba. Y su capellán
(el del marqués y el de la madre que lo parió): Don Crispín. Con sus gestos y
peripecias he reído y desquitado, de paso, de tanto lastre melancólico
literario acumulado en años y años y años de lecturas “taciturnas”. Triviales
me parecen las meteduras de pata encastilladas en las páginas 99, 100 y 157-159
(Ediciones B. Barcelona. 2007). Respectivamente son: una incredibilidad, una
apología ideológica, un hecho absurdo. Insisto: carecen de relevancia. Lo
crucial del caso es lo bien escrita que está la novela y el buen rato que de su
lectura se desprende como tributo a la infaltez
(estado en que vive y piensa y siente el niño-adulto) o a la adulancia (ídem, con los términos
invertidos: el adulto-niño). No es Alfonsito Ussía santo de mi devoción. No. ¡Pero
qué requetequetebién escribe!
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