Leed lo que sigue: “El
rostro falso debe ocultar lo que sabe el corazón falso” (William Shakespeare. Macbeth. Acto I, Escena VII). Y: “(…)
las palabras dan un soplo demasiado frío al calor de los hechos” (op. cit.
Acto II, Escena I). En ello juzgo la esencia de tan loable obra. Se diluyen con
palabras la realidad y la culpa. Y la cara es el espejo del alma. La grandeza de
Shakespeare no se agota fácilmente. Cualquier lector medio asimila en sus obras
las enseñanzas de un cuarto de vida. Cabe suponer que la fecha de parto de la
tragedia fue 1606. 2014 rinde pleitesía al ingenio del inglés otorgándole
actualidad. La condición humana no conoce de evoluciones ni de involuciones. Es
la que es. Es la que siempre fue y será la que siempre ha sido. Al final de la tragedia
el lector sabe que el destino le ha deparado un encontronazo consigo mismo.
Yo he cerrado el libro con el corazón sosegado y la mente libre. Puede que
otros (al leerlo) hayan claudicado ante su enormidad o pequeñez humana.
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