martes, 29 de septiembre de 2015

204/ Enojo monumental (¿me arrepentiré?)

¡Qué hartura, padre cura, y qué erre que erre más cansino! Lo de las elecciones catalanas, nen, pasa ya de marrón oscuro. Es la tarde del martes siguiente a la fiesta demócrata (y dominical) catalana y no he pegado ojo en toda la siesta. ¡Qué repetitivo e inútil el discurso de los medios! ¿Hasta cuándo van a bombardearme con lo mismo? ¿Mil y una tardes? Rezo por que no. Pero mil y una veces seguro que sí. Ya sé todo lo que cabe saber sobre la “comunifarra” cuyo pellejo está a punto de reventar. Si no, me declaro en rebeldía, y digo sin alzar la voz pero muy clarito: no quiero saber más. E imploro: cambien ustedes, si us plau, su discurso. Y, para más fuerza, invoco a Buda. O a Mahoma. O a Jesucristo. A la deidad que sea. Y grito: ¡viva la desinformación!
     Por más que en los medios parloteen (conjeturen, analicen, divaguen) nada nuevo hay ni habrá bajo el sol. ¡Nada! Cállense los tertulianos y déjesenos respirar a quienes nos interesan otros asuntos que tienen que ver más con la cultura y el arte y no tanto con la política. Sé que mis palabras caerán en oídos sordos y en ojos ciegos. Pregunto: ¿por qué la información “seria” rinde siempre viaje en la ínsula de “Politicaria"? ¿Es una de esas aves de Darwin, la información “no seria”, que nadie ha visto pero sabe que existe o ha existido porque aparece en los libros? ¿Voló y, pues, le perdimos el rastro para siempre? ¿Y es que se ha detenido el mundo tras el donoso escrutinio català? Tertulianos y analistas (son la misma vaina) maceran harina inepta para hacer pan. ¡Y tempranito! Esto por si a alguien se le pegan los párpados del derecho a no estar informado. ¡Que hastío, tú! Nunca una inteligencia versada en política fue acompañada de una amplitud de miras grande. Maliciosa es aquélla y reducidas, de tenerlas, sus miras. Sirva como botón de muestra Maquiavelo. O César. O Carlos V. Uf. ¡Vade retro, Satanás!
     Esto es una protesta en toda regla. Áganme un favor los medios: ¡dejen de tocar la bolsa escrotal a este humilde apolítico! Tanto posicionarse, ¿para qué? Si todos son iguales. O peor: coalición, ay, hay. Dar la matraca con lo mismo, una y otra vez, cansa a Dios y a su Padre. Borges sostenía que las noticias importantes no salen en prensa. Yo, donde “prensa”, pongo “medios”. La verdad es una. Las noticias importantes surgen en el seno de mi casa. Y en torno a mis seres queridos. Las otras son parte del engranaje del sistema informativo actual. Ni me van ni me vienen. Ni me rozan ni me tocan. Ni me acarician ni me abofetean. Ergo: me la traen al pairo. Ahora voy a leer a Kafka y que a la España ideológica (y que al mundo ideológico) se las den todas en el mismo lado. Las derechas y las izquierdas con sus respectivos portavoces me la repampinflan del todo. Corto y fuera.
     ¡Adéu!  

miércoles, 23 de septiembre de 2015

203/ Reflexiones quijotescas VII

SOBRE LA CAZA

Don Quijote de la Mancha. Segunda parte. Capítulo XXXIV. Edición de Francisco Rico.
     Curiosa aventura la de la caza de montería recogida en el mentado capítulo. El Caballero de los Leones, Sancho Panza y unos duques (marido y mujer) van, juntos, a cazar jabalíes. La aventura no consiste solo en esto. Pero más que ella me interesa lo que a cuento de la caza dice Sancho al duque. A saber: “(…) Yo no sé qué gusto se recibe de esperar a un animal que, si os alcanza con un colmillo, os puede quitar la vida (…)”. Y unas líneas más abajo: "(…) No querría yo que los príncipes y los reyes se pusiesen en semejantes peligros, a trueco de un gusto que parece que no le había de ser, pues consiste en matar a un animal que no ha cometido delito alguno”.
     Póngase “cuerno” donde "colmillo" y ya tenemos el asunto de los toros. Pregunto: ¿sería Sancho, hoy, anti-taurino? Anonadado estoy. El Quijote nos define mejor de lo que yo pensaba. Quijote somos y serán, conjeturo, todos los nacidos y por nacer en la piel de toro. O casi. Nos echamos tierra encima, nos la sacudimos, volvemos a echárnosla. Nos gusta la contradicción. Nos pirra el idealismo al par que el realismo. Nos encantan las trifulcas. Estén bien o mal enfocadas y estén bien o mal fundadas. Da lo mismo. Lo importante es enzarzarse en una disputa y llegar, llegado el caso, a las manitas. Precedidas éstas de un ramillete de insultos o de despropósitos hirientes y mordaces. España en estado puro.
     Repito la pregunta: ¿sería Sancho Panza, hoy, un insigne anti-taurino? Cierto es que sacrificar, por el placer de hacerlo, a un jabalí dista mucho de darle matarile a un morlaco. No media, en ello, arte alguno. Digo: en lo del jabalí. ¿O sí media? Legión son quienes consideran que el toreo no es un arte. Y lo contrario. Yo no sé. No soy taurino, ni anti-taurino, ni entendido en toros (aunque no me importaría entender). Pero viendo algunas faenas me he emocionado y creído estar delante de alegorías de la vida. ¿Significará esto que hay arte en el arte, supuesto, de torear? El martirio y agonía y muerte del “bicho” también me han acongojado. No soy animalista, no me gustan (por lo general) los animales, pero detesto que se les hiera.
     La respuesta que el duque da a Sancho no creo que satisfaga mucho ni a muchos. Es esta: “(…) Os engañáis, Sancho. (…) La caza es una imagen de la guerra: hay en ella estratagemas, astucias, insidias, para vencer (…) al enemigo; padécense en ella fríos grandísimos y calores intolerables; menoscábase el ocio y el sueño, corrobóranse las fuerzas, agilítanse los miembros del que la usa, y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos (…)”.
     Y, rehusando abarcar lo de “un animal que no ha cometido delito alguno”, se queda el duque tan pancho y tan ancho sin convencer a Sancho. 
     ¿Sería don Quijote, hoy, taurino? ¿Lo sería Cervantes?
     Quien desee saber cómo acaba el diálogo, acuda raudo y veloz al capítulo aquí traído, léalo y saque sus propias conclusiones. Las mías no son claras. De hecho no sé si concluyo o no algo al respecto. Permítaseme, pues, que haga mutis por el foro. En mi derecho estoy. Yo creo. Y si no, es claro, me lo arrogo y santas Pascuas. Dixit           

miércoles, 16 de septiembre de 2015

202/ Andando, andando...

Hay veces en la vida que uno no sabe qué camino tomar. Si este de aquí o aquel de allí. Si el que tuerce a izquierda o a derecha. Si el que continúa o retrocede. Que se elija uno u otro puede llegar a resultar indiferente. También crucial. ¿Quién lo sabe? Lo mejor, creo, sería dejarse llevar por la inercia aconsejadora. Y andariega. Una inercia, claro, instintiva. Nada de pensares. Nada de sentires. Solo instinto. 
      El camino por que lleva y trae el instinto es aventurero. Lo es siempre. Y molestoso. No hay acto instintivo que no sea molestoso (implica irreflexión, que implica riesgo, que implica indefensión ante cualquier eventualidad) y aventurero (¿acaso no es una extraordinaria aventura no saber a dónde dirige uno la punta de sus zapatos?). 
      Hay quien afirma que el instinto es fuente de conocimiento. Esto antes no se sostenía. Y se refutaba. El individuo instintivo tenía su igual en el tonto de capirote. Ahora, no. Ahora el instintivo no solo pasa por inteligente, por sabio, sino también por sensato. Seria aquel que no se arrodilla ante el análisis y posibles cauces de búsqueda de la seguridad y claridad de la incertidumbre. Por compleja que ésta, la búsqueda, sea. Aquel que hace suya la causa del aquí y ahora y no del allí y después. Luego está el instintivo de boquilla. Espécimen que lo pasa realmente mal. Demasiado sufre. Hace, justo, lo que instintivamente no piensa. Y hacer lo que instintivamente no se piensa equivale a no ser quien se es. Sino otro. Y aquí llegamos ya al juego de las identidades. Uno de mis favoritos. 
      Escribió Juan Ramón:

“Yo no soy yo.
Soy éste
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.”  
       
      Me pregunto: ¿seré yo quien escribe este post? ¿Será otro? Ni yo, que lo escribo, lo sé. De modo que no tenga el lector la tentación de averiguarlo. Eso, de todo punto, resultaría inútil. 
      Escribo sin saber bien qué camino tomar. ¿Dejado llevar por mi instinto? Estoy en este (en este camino) y no en otro. Eso es lo importante. Camino que conecta con otros caminos no menos frecuentados por otros instintos de otros individuos. Instintos que también se preguntaron: ¿qué camino sigo? Y se respondieron: ¡este mismamente! Y comprobaron que ese mismamente rozaba, si no tocaba de lleno, este otro que aquí y ahora tomo yo. Esa red de caminos que se tocan es, me parece, la vida. Y la literatura, ¡faltaría más!, no puede ser ajena a ella. Hay que dejar que la vida (que la literatura) camine hacia donde su instinto la lleve. Él es sabio. Y, por serlo, no la va a dejar en la estacada de la Nada. O sí. Ahí está el controvertido asunto del suicidio. En fin. 
      Un extracto de Alicia en el país de las maravillas dice:
      “–¿Querría usted indicarme qué camino debo tomar para salir de aquí?
      –Eso depende en gran medida del lugar a donde quiera ir –respondió el gato.
      –No me preocupa mayormente el lugar…–dijo Alicia.
      –En ese caso poco importa el camino –declaró el gato.
      –…con tal de llegar a alguna parte –añadió Alicia a modo de explicación.
      –¡Oh! –dijo el gato–. Puede usted estar segura de llegar si camina durante un tiempo lo suficientemente largo”.
      Y Juan Ramón (a quien no me canso de citar) dejó escrito, y muy bien escrito, lo que sigue:
      
“Andando, andando;
      que quiero oír cada grano
      de la arena que voy pisando”.
      
      Pues eso. ¡Será por granos!   
      
      

viernes, 11 de septiembre de 2015

201/ Reflexiones quijotescas VI

DEL CRITICÓN

Don Quijote de la Mancha. Segunda parte. Capítulo XVI. Edición de Francisco Rico. 
     Pido permiso a la torre de control del lector para, de manera inminente, iniciar despegue con destino incierto. Ignoro adónde irá a parar este post-aeronave del demonio. Antes de alcanzar altura y velocidad de crucero aceleraré con unas palabras del Caballero de los Leones (así se hace llamar, ahora, el de la Triste Figura) al hidalgo Diego de Miranda. 
     Nota: ¡Amárrense los machos mis colegas columnistas (que no comunistas)! ¡También mis colegas poetas (que no coletas)! ¡Incluso mis colegas blogueros (que no santeros)! ¡Y no menos mis colegas criticones (que no Borbones)! Háganlo sean o no profesionales. Y vivan o no del cuento o dispongan o no de cuenta (digo: corriente). 
     La perorata a que aludo es la que sigue: “Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama, que siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las ciencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mismo subirá a la cumbre de las letras humanas, las cuales también parecen en un caballero de capa y espada y así le adornan, honran y engrandecen como las mitras a los obispos o como las garnachas a los peritos jurisconsultos. Riña vuesa merced a su hijo si hiciera sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas; pero si hiciera sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, (…), alábele, porque lícito es al poeta escribir contra la envidia, y decir en sus versos mal de los envidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; (…) Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos (…)”.
     Trata aquí Quijote, escribe Rico a pie de página, del ideal renacentista de la educación. A saber: la lengua y la literatura como fundamentos de la formación académica y vital. Y apunta que el criticón no debe mentar, a la hora de criticar, el nombre propio del criticado. Fulano y mengano deben quedarse en el limbo de la ocultación. 
     Ay, si Quijote levantara la cabeza… ¿Cuántos seríamos, llegado el caso, blanco de su punzante discurso? O (tanto monta), ¿cuántos destrozados por su afilada labia? No quiero pensarlo. Sobre todo por lo que a mí me toca: criticón soy, también pobrecito hablador, y por ello deslenguado y un punto impertinente. En verdad no puedo (o no quiero) evitarlo. Juzgo más divertida la incorrección política que su contraria. Acaso ésta (la, sin el prefijo “in”, corrección política) tenga algo que ver con el pensamiento único. 
     ¿Será pose? Y si lo es, que lo sea, qué más da. Y si no lo es, pecharé con las consecuencia presentes o futuras, diciendo para mí: ojalá no vaya derechito a la hoguera de Satán. Ahora que lo pienso: lo que no es nombrado, no existe. ¿A qué tanto jaleo entonces? 
    Hay otra norma de las virtudes coloquiales (que no teologales) que dicta no criticar a difuntos. Por criticables que éstos hayan sido cuando en vez de difuntos eran vivos. Es que no pueden, pobres, defenderse… No acabo de comprender esto. No lo suscribo. Y no lo suscribiré. Pregunto: ¿y si sus obras, en vez de amores, han sido o fueron odios? A pelo viene la que forjó Hitler. O Mussolini. O Stalin. O Franco. O la que aún forja (¡¿hasta cuándo?!) Fidel Castro. Que es un vivo muerto. O un muerto vivo. Como su ideal. No voy a entrar en ese jardín. Me aburre. Sólo diré para acabar que siempre censuraré a quien o lo que, a mi juicio, deba ser censurado. Esté vivo o muerto. Llega a ser necesario para mi salud mental. Y, pues, lo haré. De suyo me anima a escribir más y mejor. Y también porque me da la gana. Tres razones de peso para no dejar de hacerlo. ¿Y conmigo qué? Si nadie me critica, me critico yo solito, que es medida de oxigenación del ego. Para muestra otro botón: me tengo por el más inocentón de la corte española de los plumillas. Ea. Dicho y auto-criticado queda y quedo respectivamente. ¡A otra cosa!  

martes, 1 de septiembre de 2015

200/ Reflexiones quijotescas V

DEL INDIVIDUO ESPAÑOL

Don Quijote de la Mancha. Segunda parte. Capítulo II. Edición de Francisco Rico. 
      Tras hacerle ver Sancho a don Quijote que el pueblo lo pone de vuelta y media, conocedor de sus aventuras (se ha editado un libro con ellas...), éste replica:  “Mira, Sancho (…) dondequiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida. Pocos o ninguno de los famosos varones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia. Julio César, animosísimo, prudentísimo y valentísimo capitán, fue notado de ambicioso y algún tanto no limpio, ni en sus vestidos ni e sus costumbres. Alejandro, a quien sus hazañas le alcanzaron el renombre de Magno, dicen de él que tuvo sus ciertos puntos de borracho. De Hércules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lascivo y muelle. De don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más que demasiadamente rijoso; y de su hermano, que fue llorón. Así que, ¡oh Sancho!, entre las tantas calumnias de buenos bien pueden pasar las mías, como no sean más de las que has dicho”.
      Don Quijote enseña una de las señas de identidad del español por antonomasia: la envidia. Esa lacra. Esa malpensada y lacerante lacra. Que no es, por cierto, sana. Sino insana. O mejor: malsana. Ya dijo (y si no lo dijo, tendría que haberlo dicho) Salvador Dalí: “Lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien”. Entiéndase ahora la perspicaz humorada del pintor. Hablar bien de fulano sería restarle méritos. En tanto que hablar mal de mengano, todo lo contrario, engrandecer su figura. Exclamo: la malicia habladora es inducida por la excelencia. Todos aspiramos a que nos pongan verdes. ¡Ojo!: no digo rojos, digo verdes. No pega, ni con cola de carpintero, avergonzarse de envidiar a otros. Pues les procuramos bien. Vergüenza que nada tiene en común con la ajena. Ésta la usurpamos a quien debía sentirla y no la siente o, de sentirla, no demuestra que la siente. La usurpamos y, acto seguido, nos la apropiamos. Todos los días pido a Buda lo que sigue: Que hablen, padrecito Siddhartha, que hablen mal de mí. Pero el Padre debe tener los oídos entapujados. Ergo: no soy un virtuoso. ¡Mecachis!