Hay veces en la vida que uno no sabe qué camino tomar. Si este de aquí o aquel de allí. Si el que tuerce a izquierda o a derecha. Si el que continúa o retrocede. Que se elija uno u otro puede llegar a resultar indiferente. También crucial. ¿Quién lo sabe? Lo mejor, creo, sería dejarse llevar por la inercia aconsejadora. Y andariega. Una inercia, claro, instintiva. Nada de pensares. Nada de sentires. Solo instinto.
El camino por que lleva y trae el instinto es aventurero. Lo es siempre. Y molestoso. No hay acto instintivo que no sea molestoso (implica irreflexión, que implica riesgo, que implica indefensión ante cualquier eventualidad) y aventurero (¿acaso no es una extraordinaria aventura no saber a dónde dirige uno la punta de sus zapatos?).
Hay quien afirma que el instinto es fuente de conocimiento. Esto antes no se sostenía. Y se refutaba. El individuo instintivo tenía su igual en el tonto de capirote. Ahora, no. Ahora el instintivo no solo pasa por inteligente, por sabio, sino también por sensato. Seria aquel que no se arrodilla ante el análisis y posibles cauces de búsqueda de la seguridad y claridad de la incertidumbre. Por compleja que ésta, la búsqueda, sea. Aquel que hace suya la causa del aquí y ahora y no del allí y después. Luego está el instintivo de boquilla. Espécimen que lo pasa realmente mal. Demasiado sufre. Hace, justo, lo que instintivamente no piensa. Y hacer lo que instintivamente no se piensa equivale a no ser quien se es. Sino otro. Y aquí llegamos ya al juego de las identidades. Uno de mis favoritos.
Escribió Juan Ramón:
“Yo no soy yo.
Soy éste
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.”
Me pregunto: ¿seré yo quien escribe este post? ¿Será otro? Ni yo, que lo escribo, lo sé. De modo que no tenga el lector la tentación de averiguarlo. Eso, de todo punto, resultaría inútil.
Escribo sin saber bien qué camino tomar. ¿Dejado llevar por mi instinto? Estoy en este (en este camino) y no en otro. Eso es lo importante. Camino que conecta con otros caminos no menos frecuentados por otros instintos de otros individuos. Instintos que también se preguntaron: ¿qué camino sigo? Y se respondieron: ¡este mismamente! Y comprobaron que ese mismamente rozaba, si no tocaba de lleno, este otro que aquí y ahora tomo yo. Esa red de caminos que se tocan es, me parece, la vida. Y la literatura, ¡faltaría más!, no puede ser ajena a ella. Hay que dejar que la vida (que la literatura) camine hacia donde su instinto la lleve. Él es sabio. Y, por serlo, no la va a dejar en la estacada de la Nada. O sí. Ahí está el controvertido asunto del suicidio. En fin.
Un extracto de Alicia en el país de las maravillas dice:
“–¿Querría usted indicarme qué camino debo tomar para salir de aquí?
–Eso depende en gran medida del lugar a donde quiera ir –respondió el gato.
–No me preocupa mayormente el lugar…–dijo Alicia.
–En ese caso poco importa el camino –declaró el gato.
–…con tal de llegar a alguna parte –añadió Alicia a modo de explicación.
–¡Oh! –dijo el gato–. Puede usted estar segura de llegar si camina durante un tiempo lo suficientemente largo”.
Y Juan Ramón (a quien no me canso de citar) dejó escrito, y muy bien escrito, lo que sigue:
“Andando, andando;
que quiero oír cada grano
de la arena que voy pisando”.
Pues eso. ¡Será por granos!
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