miércoles, 13 de enero de 2016

216/ La vocación literaria

Este poema (mejor: estas palabras) de Borges son cuatro agujas de coser (una por estrofa) clavadas en el puro centro de la conciencia del poeta…

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido 
feliz. Que los glaciares del olvido 
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego 
arriesgado y hermoso de la vida, 
para la tierra, el agua, el aire, el fuego. 
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente 
se aplicó a las simétricas porfías 
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente. 
No me abandona. Siempre está a mi lado 
La sombra de haber sido un desdichado.

     Armónico. Patético. Estrambótico. Lo primero porque forma y enlaza los acordes de la vida del hombre (cualquier hombre) que se digne escribir. Lo segundo porque inocula en el lector el dolor y la melancolía de una verdad íntima y oculta. Lo tercero porque cursa con creces la extravagancia derivada de airear lo que todos (quiero decir: todos los escritores) sabemos y ninguno se atreve a hacer público y notorio.
     Su título: El remordimiento
     ¡Qué lástima de mi Jorge! ¡Lo bien que sufrió para escribir, si cabe, mejor! La vocación es un látigo: sirve, éste, para ahuyentar las fieras del subconsciente y para azotar el propio lomo o el suyo al prójimo.
     ¡Córcholis y re-córcholis: siempre la musa jodiendo la marrana! 

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