Este poema (mejor: estas palabras) de Borges son cuatro agujas de coser (una por estrofa) clavadas en el puro centro de la conciencia del poeta…
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
Armónico. Patético. Estrambótico. Lo primero porque forma y enlaza los acordes de la vida del hombre (cualquier hombre) que se digne escribir. Lo segundo porque inocula en el lector el dolor y la melancolía de una verdad íntima y oculta. Lo tercero porque cursa con creces la extravagancia derivada de airear lo que todos (quiero decir: todos los escritores) sabemos y ninguno se atreve a hacer público y notorio.
Su título: El remordimiento.
¡Qué lástima de mi Jorge! ¡Lo bien que sufrió para escribir, si cabe, mejor! La vocación es un látigo: sirve, éste, para ahuyentar las fieras del subconsciente y para azotar el propio lomo o el suyo al prójimo.
¡Córcholis y re-córcholis: siempre la musa jodiendo la marrana!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.