Uno lee a Kipling y entiende el significado pleno del verbo “narrar”. La gracia del nacido en Bombay el año 1865 (en 1936 Londres le vio morir) estribaba en que escribía de modo que al lector le resulta imposible dejar de leer aún proponiéndoselo. Una virtud, ésta, como cualquier otra. Una virtud, ésta, menos extendida que cualquier otra. Pocos son lo que pueden presumir de ella. Cada día comparto menos (me siento menos afín a) la idiosincrasia de esos individuos con espíritu barroco que no hacen nada distinto de marear la perdiz para descerrajarle en el buche un perdigonazo de aire comprimido y dejar, al fin, que huya campo través. ¿A qué tanta complejidad? ¿A qué, dado que para no decir nada (o decir poco) basta con hacer mutis por el foro, darse vuelta y tomar las de Villadiego sin mirar atrás?
Yo fui barroco. Lo confieso. Ya no lo soy. O mejor: procuro no serlo. Hay un entretejido entre el qué y el cómo que no puede (no debe) pasar desapercibido ni para el escritor ni para el lector. Obviamente el primero es responsable en tanto que el segundo no lo es. ¡Faltaría más! Al segundo, caso de verse inmerso en una selva de retruécanos y subordinadas laberínticas, le es forzoso (machete en mano) desbrozar el camino hacia el entendimiento textual. ¿A qué obligarlo tanto? No, hombre, no. Decía Juan Ramón que la perfección es patrimonio de la sencillez y de la espontaneidad (no sé si yerro la cita: cito de memoria). Yo también lo creo. Con una apostilla: que espontaneidad y automatismo psíquico son distinta cosa. La diferencia entre ambos es la misma que existe entre el mejor poeta de todos los tiempos y André Bretón.
Uno lee los Relatos de Kipling y se sabe presa irredimible de una historia. Cautivo en ella. En lo que se narra. No tanto en cómo se narra. La forma es importante, sí. Pero el contenido, repárese en ello, no lo es menos. Yo no sé qué ventolera les da a algunos de acudir a un extremo (el de la forma) y otros a otro extremo (el del fondo) sin parar mientes, ni pies, en el medio. ¿Radicará, ahí, la virtud? Cosa distinta es preconizar lo barroco con elementos simples o lo clásico con elementos complejos. ¡Pero esto nadie lo hace! ¿Por qué? ¿Demasiado esfuerzo para tan poca recompensa? Kipling sí lo hizo cuando dio forma y fondo a La puerta de las Cien Penas, Transgresión y En la casa de Suddhoo, tres de sus mejores narraciones cortas. Reproduzcan su ejemplo.
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