Juan Ramón Jiménez. Y Federico García Lorca. Y Gabriel García Márquez. Y Jorge Luis Borges. Y Wolfgang Amadeus Mozart. Y Ludwig van Beethoven. Y Antonio Vivaldi. Y Diego Velázquez. También Edvard Munch. Tres poetas, un novelista, tres músicos y dos pintores: los artistas (muertos todos, ay) que más admiro.
Hoy hablaré de Mozart.
Peter Gay (biógrafo del genio de Salzburgo) ha levantado la liebre. Leo su obra Mozart. Fantástica, por lo demás, biografía. Es concisa y es precisa. Sin divagaciones inútiles. Sin adornos ostentosos. Con frases cortas y, acaso por esto, certeras.
Peter Gay (biógrafo del genio de Salzburgo) ha levantado la liebre. Leo su obra Mozart. Fantástica, por lo demás, biografía. Es concisa y es precisa. Sin divagaciones inútiles. Sin adornos ostentosos. Con frases cortas y, acaso por esto, certeras.
Pero en este capitulillo de Sopitipandos no voy a comentar el mentado libro de Gay. Quiero, eso sí, dedicar unas palabras al mejor ejecutor de fraseología musical de la historia: Amadeus Mozart. Con todos los géneros se atrevió el pavo. Esto hay que alabarlo. Innovó. Lo hizo, por cierto, a una velocidad portentosa cuya concepción escapa a la razón humana. Hay quien pone en tela de juicio esto. Para Peter Gay el genial austríaco era capaz de escribir una compleja pieza armónica en una sola jornada.
Permitámosle que se exprese: “No es posible verificar al cien por cien la anécdota de que compuso la portentosa aventura de Don Giovanni la noche de la víspera del estreno, pero es cierto que semejante hazaña no excede la capacidad que tenía Mozart. Dicho de otro modo, el flujo de su inspiración musical rara vez manaba si no era con velocidad y en abundancia. Y en caso de extrema necesidad era capaz de poner en juego su poderío por medio de esfuerzos excepcionales. Durante el otoño de 1783, cuando fue a visitar a unos viejos amigos a la ciudad austriaca de Linz, decidió bruscamente ofrecer una actuación académica el 4 de noviembre. Tal como le dijo a su padre el 31 de octubre, a cuatro días del concierto, descubrió que no se había llevado una sinfonía. De ahí que se viera impelido a componer `una nueva a una velocidad de vértigo, que habrá de estar lista para entonces´”.
El párrafo anterior no debe llevar a nadie a engaño. El maestro corregía. Y mucho. Conclusión a que llegan quienes han tenido la oportunidad de indagar sus partituras autógrafas. Hay, en ellas, tachones y anotaciones y…
Y no diré más.
Acuda, quien lo desee, a la biografía aquí hitada (es ésta ya, no en vano, propiedad pública: hace dieciséis años que dejó de ser privada). O, mejor, recurra a la música del super-músico de Salzburgo y déjese envolver por el sonido de las melodías (y el difícil arte del contrapunto) más bellas jamás creadas por el hombre.
¿Rock? ¿Pop? ¿Música latina? ¡Zarandajas! Donde se ponga una sinfonía o un concierto mozartiano…
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