Ayer visioné en YouTube un video de un programa (en diferido éste) sobre libros, cuyo nombre (el del programa) recuerdo pero no desvelaré (para evitar enojosos encasillamientos), que me satisfizo indeciblemente. Mi deleite lo justifica el hecho de que vi y escuché (no sé si por vez primera. Creo yo que no...) a mi querido Mario Benedetti. 79 años. Entonces tenía 79 años y su verbo me pareció el de cualquier inédito aficionado (exento, el mismo, de fama y de pompa) a la literatura: sencillas sus palabras y sus ideas. Lo cual puede (todo es posible en la viña de Buda) confundir al lector potencial (no al habitual) de super Mario Be. Digo esto porque su obra (familiar donde las haya) goza de una altura rayana en la estratosfera de las letras. Llaneza y calidad no están reñidas.
En el segundo acto de este "episodio" no menos vi y escuché a Laura Esquivel: educadora y escritora y autora de Como agua para chocolate. Me deslumbró. Su lenguaje (endulzado con unos rasgos faciales afables) lo juzgué delicioso. Sus ideas me reconfortaron por una cuestión de gusto personal por la incorrección política. El conductor del programa (quede oculto su nombre de pila) supo meter el dedo en la llaga de quien, llagado, saltó sin parar pies en el reparo ni en el recato. Y le salió bien.
En resolución: me fui a acostar más feliz que un ocho. Sabiendo algo nuevo. Con el globo sonda de la motivación inflado. Y con el sosiego que aporta un afín (o una afín) en el alma cuando a éste (o a ésta) se le escucha. Vanamente convencido de que escribir sirve y de que leer (esto sin falta de sustancia alguna) sirve más.
Si anoche no soñé fue porque todos mis sueños se deslizaron ante mí a medida que iba visualizando el programa de marras...
Vamos, que soñé despierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.