Hasta el más listo de la clase puede ser el más tonto si se lo propone. C. H., acertado, dice que “hay tontos que dan a dos calles”. Doy fe. Ramón Menéndez Pidal no era tonto. Estudió el Ms. del Poema de Mio Cid con hondura y tenacidad de picapedrero. Erró el tiro después. La pifió. Esto ha escrito: “Por fortuna, la tinta usada en tales repasos es tan mala que se puede hacer desaparecer fácilmente con la goma de borrar, dejando limpia la primera escritura del copista. Yo empleé, bajo la inteligente dirección de Antonio Paz y Melia, el sulfhidrato amónico en los diversos lugares que expreso en las notas a mi edición. Sólo en tres ocasiones usé el prusiato amarillo de potasa y el clorhídrico…”.
Pregunto: ¿la Paleografía permitía entonces tales excesos? Los reactivos químicos dañaron el Ms. del Poema irreparablemente. ¿En qué pensaban eruditos y estudiosos? ¿En qué Administraciones y políticos? Ahora con retintín: y, ¿no tiene la búsqueda del conocimiento paleográfico un límite infranqueable: el no empeoramiento del estado general del documento original (valga la rima)?
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