Hacía mucho que un libro no me decepcionaba tanto. Hacía mucho que una entrevista televisiva y televisada no me confundía a un nivel cuasi escandaloso. Hacía mucho que no me topaba con el tratamiento superficial, hasta la náusea, de un tema interesante a más no poder: la inclinación de la cultura japonesa al cuidado del individuo con vistas a que este logre convertirse en centenario cuando no traspasar, con holgura, la barrera psicológica y biológica de los cien calendarios. No suelo toparme, de ordinario, con textos donde al lector se le considere necio y no persona cabal. Ocurre esto cuando el autor hace uso (y abusa) del <<ñoñeo>>: una lacra de la post-postmodernidad. Los autores (pues son dos), en el caso que nos ocupa, lo hacen a diestro y siniestro. Yo diría: atontando (intentando atontar) a cuanto incauto se aproxima a las páginas de la pifia que han escrito con verdadera maestría.
Así lo he reconocido, lector curioso que soy, desde las primeras líneas del libro <<Ikigai>> (Urano. Madrid, 2016). Lleva, el paginado, veinte ediciones en su haber. Yo, francamente, no lo entiendo. Entre sus toneladas de polvo y paja hallo lo siguiente (voy a enumerarlo). Uno: verborrea (básica, infantil, a veces. Poco ambiciosa siempre). Dos: superficialidad (deriva de lo anterior). Tres: inexactitud (puede verse aquí: <<Desde su fundación, uno de los objetivos, tanto del budismo como del estoicismo, es el control de los placeres, deseos y emociones. Aunque ambas filosofías son muy diferentes, tienen como objetivo común reducir nuestro ego y controlar las emociones negativas>>); hasta donde se me alcanza, el budismo no trata de controlar nada, más al contrario: aboga este por la observación (y flujo) de los pensamientos y las emociones sin oponer resistencia lógica alguna en ese proceso de observación libre de ataduras juiciosas... Cuatro: postergación inútil de lo principal que, en todo caso, queda soterrado bajo lo accesorio. Cinco: consideración de <<soluciones>> obvias como si de la panacea universal se tratase. Un despropósito todo.
Botón de muestra:
<<Nos compramos “agua de la longevidad” y la bebimos en el aparcamiento del mercado mirando al mar, con la esperanza de que aquel botellín que parecía contener una poción mágica nos diera salud, larga vida y nos ayudara a encontrar nuestro Ikigai>>.
Dicen que <<La esperanza es lo último que se pierde>>...
Que esperen. Ellos que esperen…
Otro botón de muestra:
<<Si aún así tienes dificultades para conciliar el sueño en la cama, respira profundamente contando cada inhalación y exhalación hasta llegar a cien>>. Por alguna extraña razón este consejo no sería válido si el bello durmiente reposa sobre un sofá o cuenta sus respiraciones hasta un número distinto de cien...
La entrevista a Héctor García y Francesc Miralles, autores de <<ikigai>>, la vi en la 2 de TVE. Corrió, esta, a cargo de Antonio Gárate. Decepción doble. Admiro el trabajo televisivo y televisado del bueno de Gárate. No sé qué pudo pasársele por la cabeza el día que concertó semejante bodrio de entrevista (tan equivocada idea del libro promocionado ministró esta. Pues más se trató de una promoción bienintencionada que de un examen breve y objetivo de una obra escrita. ¡Oh, mores!). Vaya, ahora, una aclaración. <<Idea equivocada>>: `que no se ajusta a la realidad real (o, al menos, no a mi realidad) sino a otra distinta´. ¿Cuál? Lo ignoro. Si un libro procura autoayuda y solo de vez en cuando se erige en precursor de lo ensayístico (y no al revés, como se le da a entender al televidente en la entrevista de marras), que lo digan a las claras quienes corran con esa responsabilidad para mí moral. Y que no manipulen con palabras de artefacto y envoltura de papel satinado e, incluso, provisto de lazada...
(¡So sonsos!).
Japón, como país y como tema de ahondamiento intelectual, se presta a una complejidad maravillosa. Juzgo <<Ikigai>> una ofensa a aquellos que dedican su vida a estudiar este fantástico (léase el término <<fantástico>> en su acepción más literaria) lugar de Oriente que tanto ha aportado (y seguirá aportando) a la humanidad. Una ofensa y, ya de paso, un despropósito (otro más): sus autores residen o han residido (aún no lo tengo claro) allí.
Borges escribió: <<(…) Entiendo que esa disciplina socrática no sería inútil. De las personas que conozco, muy pocas la deletrean siquiera. Se dejan embaucar por artificios tipográficos o sintácticos; piensan que un hecho ha acontecido porque está impreso en grandes letras negras; confunden la verdad con el cuerpo doce (…)>>. (<<Otras inquisiciones>>).
Juzgue, si lo desea, el lector. Y a otra cosa.
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