En varias ocasiones he anunciado en esta bitácora mi reticencia hacia la publicación de cartas del tipo que sean. Ello (la publicación de tales) no es algo que me satisfaga como hombre a secas pero sí (he de decirlo y a las claras) como lector, también, a secas. ¿Habemus contradicción? Leer textos del género epistolar me ha parecido una gozada desde que tengo uso de razón; leer cartas que no tienen voluntad de estilo, ni predisponen al deleite lector, no tanto. Dicho lo cual: publicar una carta, insisto: del tipo que esta sea, se me antoja radicalmente distinto. Y delicado. En <<sopitipandos>> haberlas haylas. El motivo de su aireo no es otro que el examen, literario, de las mismas. O, en el peor de los casos: la crítica literaria de su carácter (estilo, sintaxis, intencionalidad…). En modo alguno narrarán las mismas episodios de una intimidad abochornante para el autor. Esto, al menos, es lo que he procurado cada vez que una de esas misivas ha sido <<subida>> aquí. Ignoro si lo habré logrado (o no) a perpetuidad.
Voy, a continuación, a romper una lanza en favor de aquellos antologistas de cartas de escritores laureados por la historia de la literatura universal. Valga como ejemplo extensible a otros el de Francisco Garfias (recopilador y editor). El año 1992 Garfias reunió en un solo volumen más de un centenar de cartas de Juan Ramón Jiménez dirigidas a diversas personalidades del mundillo literario y cultural de la época. <<Espasa Calpe>> editó el libro. A lo que iba: en el <<Prólogo>> de este puede leerse lo siguiente: <<Este volumen incluye una selección de cartas generales, muchas de ellas rigurosamente inéditas hasta ahora. Se han omitido las dirigidas a Zenobia, interesante correspondencia amorosa que algún día de publicará –ya lo hizo en parte Ricardo Gullón– con el título de “Monumento de amor, epistolario y lira”. También se han apartado las familiares y algunas cuyo contenido hubiese herido susceptibilidades de personas vivas o memorias de muertos, aunque en todas ellas exista, como contrapeso, una sinceridad desconcertante y una gran valentía en el ataque>> (Juan Ramón Jiménez. <<Cartas: Antología>>. Espasa Calpe. Madrid, 1992. Pág., 20). Y más abajo: <<Queremos hacer constar también que, en todo momento, hemos contado con la aprobación y el estímulo de la familia del poeta y, sobre todo, con la colaboración de su sobrino Francisco Hernández-Pinzón Jiménez>> (op.cit. Pág., 21).
¿Convencido Garfias de la pulcritud ética de su labor recopiladora? No lo creo. Al no estarlo (digo: convencido; si no lo estuvo, claro) aclara que deja fuera de la antología de marras aquellas cartas que de una u otra manera puedan suponer una ofensa (o similar) a vivos y muertos. Quedaría coleando el apartado de las misivas estrictamente amorosas (como las destinadas a Zenobia). Pregunto: ¿Cabría publicarlas sin el menor melindre? Quiero decir: sin el menor escrúpulo hacia autor y destinatario. Juan Ramón no era tiquismiquis en este aspecto a juzgar por su intención, manifestada en reiteradas ocasiones, de hacer un libro de cartas (suyas todas) al que incluso se aventuró a ponerle uno que otro título menos lírico de lo que a priori cabría esperar: <<Carta pública>> (tengo entendido que ideaba un título distinto cada vez que le aguijoneaba el afán de corrección en pos, es claro, de la búsqueda de perfección. Luego, daría con la piedra filosofal de ese ideal de perfección que tanto le atormentaba: <<espontaneidad>> y <<sencillez>> unidas).
Las cartas de Juan Ramón que hasta ahora llevo leídas no me parecen ni espontáneas ni sencillas. No especialmente. Eso sí: todas pertenecen a la primera época del poeta (más intrincada de conceptos e ideales).
Veremos lo que venga en adelante…
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