jueves, 15 de diciembre de 2022

393/ Pasada de frenada...

Hace una pila de años que no sé nada de Luis Antonio de Villena. Le perdí la pista allá por los noventa. Lo veía yo aparecer fugazmente por la caja tonta en programas ñoños de dudosa solvencia. Y también en uno que otro informativo. En puridad, más que informativo, Telediario. Por aquellos tiempos la oferta mediática televisiva no era la que tenemos hoy. Yo lo juzgaba un tipo raro. Siempre me atrajo lo raro. <<Rareza>> era igual a <<diferencia>> que era igual a <<originalidad>>. Quién podía criticar, digo: visceralmente, a alguien original. Los tipos así tenían merecido besar la Gloria. Hoy sigo pensándolo. Creo que falta originalidad a raudales. La literatura actual bebe y bebe, y vuelve a beber, de la fórmula más acertada para crear productos de consumo (comerciales) cuya finalidad es divertir a las masas de lectores: la intriga. Vicente Vallés lo ha expresado claramente (cito de memoria, por ello, puede registrarse algún error en la literalidad de las palabras que asigno a Vicente): <<Mi objetivo [el de la novela que ha escrito] no ha sido otro que lograr que el lector se divierta leyendo mi libro>>. Quiere decirse: “No sabiendo qué va a ocurrir en la página siguiente”. Su libro, <<Operación Kazán>>, ha sido galardonado con el <<Premio Primavera de Novela 2022>>. Dicho queda.  

    Pero no pretendía yo hablar del bueno de Vicente Vallés sino de Luis Antonio de Villena (presunto maldito nuestro). Y todo por una cuestión fácil de justificar: la mentada <<originalidad>>. Los autores barrocos parecen más dados a ser originales que el resto. Ignoro el motivo. Escritores barrocos de trapío vivos, en España, hay muy pocos. Digo <<barrocos>> de verdad; no <<barroquillos>>. Solo se me ocurren tres: Luis Antonio de Villena, Fernando Sánchez Dragó, Juan Manuel de Prada. Los demás no andorrean ese terreno plagado de metáforas, retruécanos, paralelismos y todo tipo de neologismos y préstamos lingüísticos exóticos tan desconocidos por el populacho. Ah, y de latinajos, que ya se me olvidaba… Como si retorcer la frase y culturizarla derivara necesariamente en novedad cuando, en realidad, lo novedoso sería expresar lo mismo con menos palabras y recursos. <<Minimalismo>>. Minimalismo versus Barroquismo. El caso es que leyendo <<Mitomanías>> (Luis Antonio de Villena) me he topado con una originalidad a mi juicio brillante. El libro atesora muchas originalidades pero a mí me ha llamado la atención una por encima de todas. La transcribiré aquí: <<Ese acierto iconizó a Almodóvar, por lo que alguien pudo decir (no sé si yo mismo en una crítica antigua), que la indudable modernidad de Pedro podía resumirse en la imagen de un cofrade de la Macarena metiéndose rayas de coca una tarde…>> (op. cit. Planeta. Barcelona, 2002. Pág., 152). 

     Como se ve, Luis Antonio no escatimó en elegancia expresiva. Observo que todos aquellos que se auto-definen <<progres>> o se comportan como el tópico típico <<progre>> ordena, manifiestan un rencor a lo sacro un punto cargante, creo. Como si lo sacro fuera responsable único de todas sus cuitas. No seré yo quien niegue algo así: cada hijo de vecino sabe sus cuentas; pero de eso a considerar siempre a lo sacro responsable solidario (o no) de las desventuras personales de cada quisque me parece algo desorbitado. Habría que distinguir entre lo generalísimo (la institución sacra por excelencia: la Iglesia) y lo particularísimo (el colectivo sacro por excelencia: el clero). Y, de paso, tampoco estaría de más chequear el concepto de <<Regla Áurea>>. 

     He dicho.

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