miércoles, 18 de diciembre de 2024

465/ ¡Piticlín, piticlín!

Un diario, quién lo duda, es algo personal. Hoy nadie lo escribe. Lo más parecido al diario, quizá, sea el blog. Tampoco atraviesa éste por su mejor coyuntura. Tiempo hubo en que los letraheridos se daban a la confección de diarios como género literario intimista. Cualquiera de ellos, bien manufacturado, posee un potencial extraordinario en lo referente a ofrecer al lector un reflejo fiel de la condición humana más o menos confesable (esa que tratamos de mantener a raya, por si las moscas de Machado, no sea que…); bien manufacturado y, se entiende, sincero (si no sincericida). Lo que habría que hacer, a mi juicio, es lo siguiente: desnudarse y hacerse el haraquiri sin complejos en unas páginas, a priori, escritas para uno mismo y para nadie más. Juan Ramón y Zenobia sabrían de lo que hablo.

     Pues bien: Miguel Delibes escribió, el año 1995, Diario de un jubilado: novela de la superficialidad y el materialismo reinantes en el siglo XX, de cuyos polvos (conjeturo) vienen estos lodos, ay. Ojo: no lo digo por decir; a pies juntillas lo creo. Entre <<hunos>> y otros hemos creado una sociedad mercantilista a la que (casi) sólo le preocupan los charupos; o sea: los fierros; vamos: la hacienda… Vaya: ¡El parné! Todo lo demás queda excluido del listado de fontanas del insomnio (aquello que, indefectiblemente, arrebata el sueño al hombre: money, money…). É, sencillamente, cosí. Hay que deglutir ese abultado bolo. No es fácil.   

     Delibes supo ver ese filón narrativo y en apenas 160 páginas creó un universo progresivamente opresivo por mor de una ambición desmedida en diversos ámbitos (el del estatus social, sobre todo; sin obviar el humanísimo hedonismo. Si Epicuro levantara la mocha...) que produce una contrapartida en individuos cobardones; a saber: la guarda y custodia, a capa y espada, de la sacrosanta apariencia. Hay que seguir aparentando, a costa de lo que sea, normalidad; nadando y guardando la ropa uno queda a salvo de la vorágine de sus congéneres. Bien mirado, ésta es una picardía que se enseña en todas partes. Censurable es. 

     Escribió Delibes: <<Al Melecio le conté lo del otro día, en casa de don Tadeo, con don John y don Richard, y él que es un mundo interesante ése, que si en mis apuntaciones acierto a dar una imagen íntima del señor Piera, lo mismo el día de mañana, cuando fallezca, le saco cuartos a mi cuaderno>> (op.cit. Destino. Barcelona, 2003. Pág., 52).

     <<Mi cuaderno>>: diario que escribe el protagonista de la novela y que es, per se, la propia novela. <<El señor Piera>>: personaje secundario, de lujo, de Diario de un jubilado. <<Melecio>>: personaje (por así decir) “terciario” de la novela que nos atañe. El lector podrá apreciar la degradación a que está sujeto el protagonista (por nombre Lorenzo) cuando, escribiendo lo que a todas luces pasa por un conjunto de apuntes íntimos (o Diario personal), piensa a la vez en su (quizá. Pero yo no lo sé…) vil comercialización: la gallina de los huevos de oro del arte (de la literatura. Dado que el protagonista hace, sin tener conciencia plena de ello, eso precisamente: literatura. Él desea vender sus recuerdos y experiencias… ¿Le suena de algo a alguien esto?).

     La vida que vivimos, mal que nos pese, es mercantil. El filón narrativo lo previó Delibes el año 95 del siglo pasado. Sin comentarios… Ay.

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