Cada día me extasío con Gárgoris y Habidis más de lo confesable. Parecido a lo que hace tiempo me aconteciera con La montaña mágica. O con Memoria de mis putas tristes. O, no hace tanto, con El anzuelo. Fernando no le va en zaga ni a Tomás Mann ni a Gabriel García Márquez ni a David Albahari. Hoy ha esparcido su verborrea por la geografía verdinegra del hereje Prisciliano. El mismo que fuera obispo de Ávila y santificado por los gnósticos.
Las sociedades herméticas, en plena centuria cuarta, carecían de sinrazones. A no ser que saliesen por peteneras y la sinrazón oficial imperante les degollara el gaznate. Fue justo lo que sobrevino al priscilianismo. Las orgías purgatorias eran, en su seno, pan de hoy sin migajón y más para mañana. ¿Me anatematizarán? Reincido y apostillo: a mayor gloria de los iniciados. Yo me arrodillo en tierra dragoniana… ¿Pasará el escritor madrileño (soriano de adopción) por el mejor ensayista vivo de la piel de toro? Y, ¿habrá fallecido que le sombree?…
En fin.
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