Estoy que no quepo en mí. ¿El motivo? Alguien (no soy yo. ¡Bendita minoría!) rehusa acogerse al sacrosanto derecho de la auto–promoción. ¿Que de quién se trata? Pues… ¡Rataplán! ¡Rataplán! ¡Chinchín!: de Coradino Vega (Huelva, 1976). Declaró éste a El Correo de Andalucía lo siguiente: “El escritor que se auto–promociona no va conmigo, ya sea por mi temperamento, o por mi timidez. Prefiero estar al margen, no me siento cómodo en ese ambiente. No quiero resultar engreído, pero por no tener, no tengo ni cuenta en las redes sociales. Y los aduladores del mundillo literario me dan un bochorno terrible”. Yo exclamo: ¡Eureka! ¡Por fin un afín! ¡El que vale, vale, y el que no…! Ojo: lo que yo censuro no es resolver uno promocionarse de la mejor manera que sepa o pueda. No, no. Lo que desapruebo es el discurso ilegítimo empleado en tan legítima empresa. Sí: juzgo contrario a ética y a estética publicitar la obra propia. Impídanse palabras y fotografías y demás recursos conducentes al narcisismo del pobrecito novelista o poeta. Yo solo canto mi canción a quien conmigo va. Léase: el tímido, el que camina en punta de pies y bajo la axila aduce un cartapacio rebosante de sudor y sangre, el noble de corazón y de muñeca... Señores: yo voy con el individualista recalcitrante. Sí, sí: aquel que no requiere a nadie para dejar de ser lo que efectivamente no es: un exhibicionista fanfarrón y jactancioso. O aquel que nace y evita no `espicharla´ como un ermitaño. O aquel que lanza al mar del mercado editorial la obra embotellada y se despreocupa de cuantas mareas y rémoras puedan sobrevenirle (a la botella de marras con todos sus legajos) en tan difícil travesía. No me seducen quienes brincan y se convierten en marionetas quita–pelusas de los editores para “estar ahí” y, de consuno, hacerse ver: ¿escritores pos–modernos los llaman…? ¿Urbanitas…? ¡Bah! Allá ellos. Si tal es su gusto…
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