UNA LICENCIA ESCATOLÓGICA
Primera parte de Don Quijote de la Mancha. Capítulo XLVIII. Edición de Francisco Rico. ¿Y con esto? De cómo el homo sapiens repite vicios, fallas, y siempre se la propinan en el mismo costillar. O diálogo entre el cura avecindado de don Quijote y un canónigo que, sin pretenderlo, conoce al Caballero de la Triste Figura.
Pues bien: el tal canónigo sostuvo una conversación con no sé quién sobre el mal gusto del pueblo en lo tocante al género cómico de las comedias. Y refiere (trayendo a colación ese palique): “`Decidme, ¿no os acordáis que ha pocos años que se representaron es España tres tragedias que compuso un famoso poeta de estos reinos, las cuales fueron tales que admiraron, alegraron y suspendieron a todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del vulgo como de los escogidos, y dieron más dineros a los representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que después acá se han hecho?´. `Sin duda –respondió [el otro] (…)– que debe de decir vuestra merced por La Isabela, La Filis y La Alejandra´. `Por esas digo –le repliqué yo–, y mirad si guardaban bien los preceptos del arte, y si por guardarlos dejaron de parecer lo que eran y de agradar a todo el mundo. Así que no está la falta en el vulgo, que pide disparates, sino en aquellos que no saben representar otra cosa´”.
Justamente eso les soltaría yo a los responsables de la telebasura. Para mí telecagada. Les diría: No es el vulgo. Sino ustedes, que no saben ofrecer otra cosa, ni aún sabiendo la ofrecerían. Enemigos de los preceptos del arte son (y a poca honra).
Yo ya no veo televisión. Diré la verdad: llevo dos semanas desintoxicándome del influjo de la caja tonta que atonta al más pintado. Y, oye, ni rastro de mono. Crucemos el índice y el pulgar.
Antena 3, Telecinco, La sexta y Cuatro se jactan de una parrilla que ya empieza a oler de lo suyo. Queda el lastre, sin recoger, cerca y da asco. La de la Uno, la Dos, Factoría de ficción y Teledeporte aún no. Se indispone y defeca, la parrilla, en el váter de los desaciertos inapreciables. El olor, de haberlo, es absorbido por el estractor. El de las otras parrillas se estanca en el salón y el telespectador (parece ser que no medio, sino alto, por educación y cultura) regurgita y hasta vomita su contenido. ¡Puagh!