El 3 del 11 de 2010 concluí mi lectura de Eugenia Grandet (Honoré de Balzac). Dos meses antes andorreaba yo por Toledo. Allí adquirí el libro. En una diminuta librería de viejo. Sita ésta junto a la Catedral. ¿Coste? Dos euricos.
Honoré disponía de una facilidad pasmosa en lo concerniente a meter la pluma en la llaga de la especulación. Especulación: actividad predilecta del especulador. Hoy también llamado `hombre de negocios´. Un espécimen éste, para mí, vituperable. Igualmente hábil era a la hora de establecer una donosa relación entre el negociante y el mezquino. A más fortuna, mayor mezquindad. El asalariado da lo que no tiene. El negociante acumula más de lo que admite su hucha. Los hay, negociantes, que van por el mundo alardeando de humildad. Esos son los peores. Piel de cordero e intención de león. No balan. Rugen.
Nunca olvidaré al señor Grandet. El papel y el cobre fundamentan su existencia por encima del chequeo y del corazón. Quiero decir: más le importa su dinero y propiedades que la salud y el cariño de los suyos. Hombres de este pelaje hubo ayer, hay hoy, habrá mañana. Desde el amanecer hasta el anochecer solo piensan en hacer dinero. Alguno conozco. Y no dan mucho de sí. La conversación con ellos desemboca, siempre, en la auto-alabanza por el tino que han tenido con los negocios. Curiosamente el fracasado no calla. Qué va. El fracasado también alardea de su gusto por los dineros. Así: en plural.
¿Cómo puede alguien vivir con ese único propósito? Préstese atención al siguiente extracto de Eugenia Grandet (habla el padre de ésta, es decir, el señor Grandet):
“–Escucha, Eugénie, me tienes que dar tu oro. No le vas a decir que no a tu papá, ¿verdad, hijita?”
Y más abajo (ya sin guión):
“ (…) ¿Es que te disgusta separarte de tu oro, hijita? Tráemelo de todas maneras. Yo te daré monedas de oro holandesas, portuguesas, rupias de Mongol, genovesas, y, con las que te regale los días de tu santo, en tres años habrás repuesto la mitad de tu hermoso tesoro. ¿Qué dices a esto, hijita? Levanta la cabeza. Vamos, ve a buscar esa hermosura. Deberías besarme en los ojos por descubrirte así los secretos y misterios de vida y muerte para los escudos. Verdaderamente los escudos viven y gruñen como los hombres, van, viene, sudan, producen”.
¡Bah! ¡Métasen el dinero por el orto los señores Grandet de ayer, de hoy y de mañana!
Considero que a esta ralea hay que esquivarla, darle esquinazo, fintarle la cintura. Tomar la senda que ella no toma. Y conste que no me estoy refiriendo a la clase empresarial. ¡Por Buda! ¡Nada más lejos! Exclusivamente aludo al especulador.
Mi gratitud, Honoré, por abrir ojos con tan fantástica novela. Por cierto: actualísima.
Ironías de la literatura.
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