Una semana recorriendo Euskadi y, ya de regreso en Sevilla, me hallo sin sosiego. Mejor dicho: no me hallo a secas. ¡Uf! Leo un post. No mío. De otro. Leo una columna de opinión. Tampoco mía. De otro. Leo un par de noticias de prensa. Leo una que otra página de uno que otro libro fantástico, y… Nada. No me hallo. Escribo, por si acaso, estas líneas rácanas (sé que lo van a ser) y sigo sin hallarme. Una semana (¡bendita semana!) pululando por las provincias vascongadas, feliz, libre y desconectado de todos y de todo sobradamente da para extraviarse uno. Qué hago, aquí, escribiendo lo que no sé cuántos de ustedes leerán. O leyendo lo que no sé cuántos de ustedes habrán leído. O pensando lo que tantos de ustedes (seguro estoy) piensan. Ay. Cuesta embutirse de nuevo en el mono de la rutina, quitarse la venda de los ojos poetas, los tapones de gomaespuma de los oídos periodistas. Cuesta dinamizar la maquinaria de la imaginación novelista y cuentista. Vale decir: volver a aclimatarse al runrún de la literatura. Y a la mugre de las calles del sur. Y al infernal sol del llano en llamas del Guadalquivir. Y a la soledad del escritor. Como digo: cuesta. Suspiro ahora. Miro al frente. Me encojo de hombros. Y a otra cosa. Es, por ventura, lo que hay. Es, por ventura, lo que quiero.
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