domingo, 9 de agosto de 2015

196/ Reflexiones quijotescas III

¿Amor? No. Sexo

A María José Bullock.


Parte de la primera parte del Quijote es la novela del Curioso impertinente. En ella puede leerse lo que sigue: “El amor no tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea que es la ocasión: de la ocasión se sirve en todos sus hechos, principalmente en los principios. Todo esto sé yo muy bien, más de experiencia que de oídas, y algún día te lo diré, señora, que yo también soy de carne, y de sangre moza”. Habla Leonela. Escucha Camila.
Protestaré: ¿Amor? No. Sexo.
Sexo y amor estaban emparentados en el XVII. Tranquilidad: no se me ha volado la cabeza. Podría. Pero no es el caso. Lo juro: ¡por éstas! La consigna entonces era: ¡Al fornicio por el estado de idiotez transitoria (léase: el amor)! Nadie fornicaba, bajo la pena de sufrir pena, si no era dentro de la legalidad canónica vigente: el matrimonio. O como dice uno a quien yo leo y releo: el martirimonio. Neologismo éste resultante de unir martirio y matrimonio. La fogosa (también cachonda) Leonela argumenta que basta una ocasión dada para que mister Tentetieso explore la cueva. Pregunto: ¿el hombre se enamora a la primera oportunidad? Una cosa es ser enamoradizo a todo trapo (yo lo soy. Cada vez más...) y otra distinta es ser transitoriamente idiota a tiempo completo.
Acojámonos a (que no acojonémonos de) las cuatro eses del buen amante. Y son… 
Una: (s)abio. Dos: (s)olo. Tres: (s)olícito. Y cuatro: (s)ecreto.
Habría que bordarlas en seda con hebras de oro y plata. Y enmarcarlas. Hoy apenas dan que hablar. Salvo la última. Ésta queda relegada (¡mecachis!) al olvido. O al menosprecio. Lástima. Pero no hay mejor manera de vivificar algo que empeñarse en ignorar que existe. Lo secreto incomoda (¡maldita sea!). Es la única, de las cuatro eses mentadas, que pica con gusto (¡ándele, ándele!) al paladar del enamorado. O sea: del amante. O sea: del fornicador. ¡Y va ella y no gusta! Concluyo: habría que rendirse más al secreto. Al ocultamiento. A la prohibición. ¡Echa el freno, Javielito! Prohibición para quien lo sea (me refiero a la libertad de copular con quien uno desee. O lo que, dicho de un modo cursi, viene a ser lo mismo: amar a quien uno quiera). No lo es para mí (digo: una prohibición). No de momento. Por eso grito a voz en cuello: ¡Alabado sea Buda! Y me quedo tan a gusto en agosto. 

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