En Ensayos, aforismos y epistolario (Alfar), leemos: “Dotado de fina ironía y sagaz humor, Porlán muestra, en determinados momentos, cierto distanciamiento respecto a algunos aspectos de la vida. Su hermano así lo certificó en 1997: `Además de contarnos estas desconcertantes anécdotas, solía expresar observaciones humorísticas, de carácter irónico, con las que trataba de ridiculizar todo lo que le parecía mediocre o falso. Sin embargo, estas ocurrencias eran de tan poca acritud, que pocas veces se dio el caso de que alguien se sintiera molesto por ellas. De todas formas, el uso del humor que era una de sus peculiaridades más destacadas, constituyó para él una especie de compensación que le ayudó a soportar una existencia que le había defraudado por no estar de acuerdo con su sensibilidad´”.
Hago mío (sin ser mío) lo escrito desde el último punto y seguido hasta el punto final de este pasaje. Una frase absoluta. Un cúmulo de palabras hilvanadas con el hilo del coñazo. Que no del cañamazo. Pues bien: lo hago mío.
Ni de mentas conocía yo a Rafael Porlán. No. Tampoco he abarcado su obra literaria con ojos ni alma ni, mucho menos, corazón. ¿Quién o qué tendrá la culpa? Era poeta y novelista. Era ensayista y dramaturgo. Hijo natural de Córdoba y adoptivo de Sevilla y de Jaén. Perteneció a la generación del veintisiete. ¿Alguien lo recuerda? Nadie. Una pena. Hay quien indaga a los jóvenes letraheridos de la postmodernidad al tiempo que echa en el olvido a quienes abrieron camino al modo de crear hoy. Que los postmodernos me perdonen. No soporto su prosa. No soporto sus versos. Solo juzgo irreprochables sus dibujos (ni siquiera su pintura me satisface). Son, todos, espléndidos ilustradores. ¿De qué? De libros de poesías y de gacetas. Dejan al poeta y al articulista en pañales. Ignoro si esto lo sabrá el plumilla y el periodista de turno.
Rafael Porlán plantó la semilla. Léasele. Indágasele. Désele la oportunidad que tanto y tan acuciosamente merece. Es uno de los mentores del mal. Sí. Pero no del mal hacer. Belcebú también tiene asignado un lugar en la historia de los ángeles. Aunque cayera. Porque cayó. Quienes mal hacen son los escritores y los editores postmodernos. ¿Sus productos? Superficiales y simples y bellos y anodinos y oscuros (casi negros). Con su pan se lo coman.
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