Sostiene Julio que los indios son unos fanáticos religiosos. Sostiene Julio que los chinos son (al igual que los indios) unos incivilizados. Sostiene Julio que los norteamericanos son unos cabezotas temerarios. Sostiene Julio que los ingleses son unos preceptivos y unos flemáticos. Todo lo dicho sostiene Julio Verne en La vuelta al mundo en ochenta días. Obra menor. Obra insulsa. Obra elevada al Olimpo de las obras, a mi juicio, inmerecidamente.
En la página 155 no llevo “vividas” más de cuatro aventuras. Nota: el total de carillas del volumen que manejo es 200. El resto, selva. La de los trayectos en paquebote y en tren. No hay reflexiones. Acaso una. O dos. No más. No hay frases sugerentes. Acaso ninguna. No más. Tres aciertos hay. Uno: el perfil psicológico de Fhileas Fogg y el de Passepartout (formidable Cantinflas… El mejicano interpretó al sirviente de Fogg en el cine). Dos: la representación del valor de la lealtad en la amistad. Y tres: la inducción al viaje. Leer esta historia y desear viajar es todo uno. Pero viajar sin haber leído esta historia es factible. Innecesaria resulta. También sobrante. También cargante. También mareante. Tanto como las descripciones paisajísticas en que abunda. Por más que éstas sean breves. Al lector (digámoslo así) le importan un bledo. No añaden nada a la historia. ¡Nada! Un mero relleno con, a veces, fechas y datos históricos como colofón del pastel.
Concluyo: ¡chasco grande!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.