jueves, 15 de diciembre de 2016

243/ ¿Una extravagancia?

Tengo la manía de apuntar la fecha de finalización de lectura de libros. No así de revistas ni de periódicos. Leí El Aleph (Borges. 1949. Revisión de 1974) el 27 del 9 de 2004. Lo releo el 13 del 12 de 2016. Doce años median entre la lectura y la re-lectura. Da vértigo pensarlo: ¡doce años! O: ciento cuarenta y cuatro meses. O: cuatro mil trescientos veinte días (el cálculo es inexacto: hay meses que constan de 30 días y otros de 31 y otro de 28, 29, caso de ser año bisiesto). O: ciento tres mil seiscientas ochenta horas. En ese cómputo de horas y días y meses cabe una vida. Pregunto: ¿cómo pueden unas páginas (esenciales) permanecer tanto tiempo sin ser releídas? Máxime cuando el volumen de que forman parte no permanece oculto. Más al contrario: perfectamente lo diviso desde mi silla de trabajo. Para mayor inri: su autor es primordial para mí. He (sin hache) ojeado el cuento de marras decenas de veces. Solo lo he leído, de pe a pa, las dos mentadas.
     Creo haber descubierto la causa del dislate: el horror que me produce no hallar en unas páginas el asombro que me produjeron cuando las descifré por vez primera. No me perdonaría (créanme) algo así. Tampoco a la historia. Hay infinidad de libros que no releo por esta cuestión. Quien lee, sabe de qué hablo, y se lo puede imaginar quien no. Un desengaño de ese calibre es intolerable. Si he cometido “delito de excepción” con El Aleph ha sido porque me he embarcado en una apasionante aventura psíquica: re-descifrar los veintitantos títulos del bonaerense que reposan en las baldas de mis estanterías en tanto preparo oposiciones.
     Ignoro si seré o no capaz de ejecutar tal proyecto. Otros títulos de otros autores me llaman con sus cantos de sirena. Hoy he picado. No diré el autor ni el título: ya daré cuenta de ello. No picar era imposible. Quedarse con la orografía de un planeta, desechando el remanente y la suya, es obviar el universo. Aunque entre unos y otros haya (a veces en demasía) alguna convergencia y muchas similitudes. La repetición prima sobre el ángulo de visión estrecha. O tanto monta: abrir los ojos y ver algo semejante a lo conocido sobre no abrirlos (o cerrarlos) y no ver nada.                  

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