Por la busca arbitraria de un libro a que poder aferrarme tras la lectura de El Aleph (el volumen de cuentos. No El cuento) arribo a Diario de Irak. Autor: Marito. Aquí leo: “A pesar de no saber árabe, yo entiendo todo lo que oigo a mi alrededor gracias al traductor de lujo que tengo: el Dr. Bassam Y. Rashid. Es profesor de la Universidad de Bagdad y dirigió en un tiempo el Departamento de Español, que tiene más de 800 alumnos. Se doctoró en La Universidad de Granada, con una edición crítica de un tratado de Astrología de Enrique de Villena, que le tomó siete años de trabajo erudito y feliz. Allí nació su hijo Ahmed, quien vive todavía soñando con su infancia granadina como otros sueñan con el paraíso” (Mario Vargas Llosa. 2003. Diario de Irak. Págs., 33-34. Madrid: Alfaguara).
El subrayado es mío.
Firmemente me he identificado con Ahmed. También yo vivo soñando con mi infancia granadina como otros sueñan con el paraíso. Conjeturando que otros sueñen con el paraíso. Lo cual no es claro. Sí lo es que vivo, impertérrito, en la adulancia. Adulancia: estado intelectivo y sensible que participa de los rasgos característicos de la adultez y de la infancia (al par) de un individuo. A Granada fui, de Granada vine, a Granada vuelvo. Siempre. A su espléndida luz. A su (cada vez más) achicada Vega. A sus “tísicos” chopos. A su simbólico Genil. A su portentosa Sierra Nevada. A su onírica Alhambra. O mejor: a su onírica e inmortal Rosagralhambra. Rosagralhambra: amalgama de tres recuerdos en mi memoria (Rosalinda: mi primer amor. Granada: mi inspiración perpetua. Alhambra: la maravilla de las maravillas). El navío de mi vida echó anclas en el puerto de Boabdil...
Yo no fui a la Universidad de Granada. Sí a la de Sevilla. Y yo fui a la escuela en Granada. No en Sevilla. La escuela (¿quien lo duda?) enseña a vivir. Reitero: mi vida subsistió en Granada. Y no en Sevilla. En Sevilla, hoy, prosigue. En Granada, ayer, explosionó (e implosionó): ¡salpicó todo de felicidad!
Cada vez que regreso a Granada lo hago al (con mayúscula) Paraíso. Escribió Garcilaso (Égloga III): “En el silencio solo se escuchaba/un susurro de abejas que sonaba”. Lo parafraseo así: En Granada solo se escuchaba un susurro de vidas (las de los míos y la mía) que sonaba. Que sonaba por toda la eternidad.
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