Otro hito de mi lectura de Diario de Irak: “(…) llegamos a la antesala del embajador. Quince minutos después compareció un amable coronel, adjunto militar del procónsul, que nos preguntó si veníamos a cubrir la entrevista que el embajador Bremer tendría con el premio Nobel. ¿Se había inventado el espléndido Miguel Moro Aguilar, encargado de la Embajada de España, que me gestionó esta cita, semejante credencial para que Bremer no pudiera decir no? Cuando expliqué al decepcionado coronel que no había ningún premio Nobel a la vista y que la cita era, apenas, con un novelista del Perú, aquél murmuró, con desmayado humor: `Si usted le cuenta toda esta confusión al embajador, me despide´” (Mario Vargas Llosa. 2003. Diario de Irak. Págs., 103-104. Madrid: Alfaguara).
¿Se jactaría de adivino el tal Miguel Moro Aguilar? Siete años después del embuste le otorgarían el Nobel de Literatura a Marito. Parece, éste, sorprendido por la coladura. ¿No se veía capaz de ganar tan laureado galardón? Pregunto: ¿sabe un genio que lo es? ¿Tiene un (por decirlo al modo sport) crack idea de que es precisamente eso y no otra cosa? La duda me corroe. ¿Y el feo? ¿Y el tóxico? ¿Lo saben? ¿Lo sabemos?… Lo contrario (la afabilidad. La hermosura. La mediocridad) peca de soberbia. Y no se paran mientes en ello. Cuando el mediocre sabe que lo es, al par, es tildado de humilde. Cuando el feo sabe que lo es, al par, es tildado de gracioso. Cuando el tóxico sabe que lo es, al par, no es tildado de nada distinto de raro. Tres cualidades benignas. Lo otro (la excelencia a la vanguardia) acapara una multitudinaria ojeriza. No se soporta al mejor. Al que todo lo ejecuta bien. Al que destaca por sobre el resto. Ése merece dar de bruces con la arena del foso de los leones: ser devorado por ellos. Ése no merece siquiera vivir.
Mal vamos. Peor, si ofrecemos el espinazo a la sublimidad. El crack hace veces de modelo. No hay que temerle. No es un monstruo. Tal vez por esta idea sesgada que de él (o de ella) nos forjamos nunca llegue a saber lo que es: excelso inimitable e imitado (por muchos). O: avanzadilla en la guerra de los dones.
Los mediocres somos responsables del sufrimiento de los elevados. Alguien dijo: “sólo el mediocre puede progresar”. Ése era de los nuestros. Un resentido. Por mucho que progresemos, la mediocridad no se cura, se abate de por vida sobre el mediocre. El excelso no requiere progresar. No. Porque él (o ella) encarna el progreso: una unidad. Y es sabido que si la unidad se divide (por ejemplo: en dos partes) se altera su esencia. Ya no sería lo mismo. No. El excelso es refractario al progreso. Vive en la cima. No así nosotros: que lo hacemos en la base. Legión son los de nuestro linaje… Naturaleza (la mediocridad) que no es, a priori, mala. Tampoco buena. Es lo que es. Y punto. De ahí a encelarse… Yo grito a voz en cuello: ¡Viva la excelencia! En Música: Mozart. En Literatura: Borges. En Pintura: Velázquez. En Cine: Fellini. Sin ella yo sería más mediocre de lo que ya soy. Por eso la vitoreo.
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