Juan Ramón dejó escrito: “Lo que más indigna al charlatán es alguien silencioso y digno”. Estoy de acuerdo. El silencio indigna al charlatán porque éste es dignidad y aquél es indigno. Quienes peroramos, escribimos y aireamos, “charloteamos” asiduamente. Indigno: Que no tiene mérito ni disposición para algo. Su reverso deviene más escueto. Digno: Merecedor de algo. El cultivador de silencio merece, entre otras cosas, paz. Indignar: Irritar o enfadar vehementemente a alguien. La clave está en el adverbio. Ahora arriba lo peor. Charlatán: Que habla mucho y sin sustancia. ¿Algún escritor se siente aludido? Corrijo lo enunciado más arriba así: todo el que escribe no charlotea. La diferencia es válida. Salvaguardar al escritor (en general) de la mácula de la charlatanería lo juzgo una insensatez.
Seamos honestos. Los escritores (poetas inclusive) nos prodigamos en boberías. El quid está en ejecutarlas con gracia. Y no caer en la pavada. La pavada un punto graciosa pasa. La malaje queda, entretiene, irrita. Nada hay peor que una pavada sosa e/o insustancial. Existe una excepción: la que pronuncian los filósofos. He dicho: filósofos. No he dicho: seudo-filósofos. Algo "trascendente" hay en la filosofía que impide tomar sus dictámenes a chacota. Novelistas y poetas (aficionados o no). Comentadores y oradores (aficionados o no). Blogueros y demás ralea de eruditos a la violeta (aficionados o no)... Todos “charlotean”. Mejor: todos “charloteamos”. ¿Qué haces tú, querido lector, leyéndome? No lo hagas. Lee a los crack. Lee, ante todo, libros. No leas ningún blog.
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