Hoy he leído algo acerca del arte combinatorio aplicado a la literatura. Sin rebozo: creo que ese mar tiene dos orillas, la de los artífices de la novela histórica, y la de los post-modernos. Más afines al arte del azar me parecen los segundos. Yo he militado en sus filas (y me duelo y me sonrojo y me arrepiento). Tampoco sobraban opciones. Tal hoy. Si doy la espantada de ese macro-grupo, ¿a dónde voy?, y si no fuera así: ¿dónde me sitúo? Queda el otro: el de quienes literaturizan la historia. Reniegan del azar. La conclusión es clara: aburren. Coleccionan parabienes. Halagos. Premios. Aburren. Juzgo el arte combinatorio literario menos perjudicial para el espíritu que la novela histórica. Por una vez (y que no valga de precedente) me alineo con los post-modernos. Yo quiero combatir su técnica poética y su narrativa. Pero no quiero aburrir. ¿Cómo lo hago? Acaso debiera reconvertirme en un lector puro (aquel que no está contaminado de escritura). Olvidar mi faceta de escritor impuro (aquel que, felizmente, está infectado de lecturas). ¿Qué soy antes: escritor o lector? Pregunta errónea. La válida es: ¿qué soy más? Yo no estoy orgulloso de los libros que he leído. Esto es por una sencilla razón: porque tampoco lo estoy de los que he escrito. Porque estar orgulloso de algo es una pamplina. Destino no es carácter. Alguien (o algo) maneja los hilos. ¿A qué estar orgulloso de nada? Al final va a resultar que el arte combinatorio literario es el único existente. ¿Seremos todos post-modernos?
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