Aprecio al autor que no le duelen prendas en reconocer que acaso no cabe todo en un libro. Anexémosle al dicho el hecho. Tiene, ahora, la palabra el narrador de La carta esférica: “Coy dudó en silencio. Había leído toda su vida sobre el mar, y nunca había encontrado allí nada sobre el grito de angustia de una marsopa que salta en el agua con el flanco arrancado por la dentellada de una orca. Ni la noche más corta de su vida, con el alba iniciándose encadenada al crepúsculo en el horizonte rojizo de la rada de Oulu, a pocas millas del círculo polar ártico. Ni el canto de los Kroomen, los estibadores negros en el castillo de proa una noche de luna frente a Pointe-Noire, Congo, con las bodegas y la cubierta llena de troncos apilados de okumé y akajú. Ni el estrépito aterrador de un Cantábrico donde cielo y mar se confundían bajo una cortina de espuma gris, senos de 14 metros y vientos de 80 nudos, con las olas deformando los contenedores trucados en cubierta como si fueran de papel antes de arrancarlos y llevárselos por la borda; la dotación de guardia sujeta en cualquier sitio del puente, aterrada, y el resto en los camarotes, rodando por el suelo contra los mamparos, vomitando como cerdos. Era como el jazz, a fin de cuentas: las improvisaciones de Duke Ellington, el saxo tenor de John Coltrane o la batería de Elvin Jones. Tampoco eso podía leerse en los libros” (Arturo Pérez Reverte. Op. cit. Punto de lectura, 2004. Pág., 193).
Yo siempre he venido sosteniendo lo siguiente: “Todo está en los libros”. Me hallaba equivocado. “Todo no está en los libros”. Por dos motivos. Uno: el libro va en zaga del hombre aunque este sea más desmemoriado que aquel. Y dos: para que un libro, o conjunto de ellos, encierre todo habría que registrar en sus páginas los sueños y entresueños y las esperanzas y las inefables abstracciones y…
Nada importa nada. Seguiré en pos de esa totalidad libresca. La infalibilidad no es mi fuerte. O: la falibilidad es mi suerte. Ojo: he dicho “suerte”. Si “todo no está en los libros”, al menos, “casi todo estará en los libros”. Eso quiero creer con base en un hermoso y recto apotegma. A saber: “La imaginación es más importante que el conocimiento” (dicen que lo dijo Einstein. ¿Será cierto? Debiera, por la cuenta que nos trae, serlo. ¡Y que Buda nos pille confesados!).
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