OPINIÓN
Haré de mi capa un sayo. Desde que amanece apetece. Pero, primero, dos aclaraciones no por sabidas menos pertinentes. Una: No estoy a favor del insulto. Y dos: No estoy en contra del insulto. Ahora una tercera aclaración referente a las dos anteriores: No trato de tomarle el pelo a nadie. Cuanto voy a decir, aquí, va a misa de ocho. No admito que se dude de mi palabra escrita por una sencilla razón: Porque es imposible que se la lleve el viento malo de la hipocresía. Lo juro: ¡Por estas! De modo que atiéndanse a las tres negaciones arriba apuntadas (una: No al insulto. Dos: No al no al insulto. Y tres: No a la tomadura de pelo). ¿Está clarita el agua? Pues eso.
Voy ya, pues, al meollo del insulto. Perdón: Del indulto. Perdón otra vez: Del asunto. Se me encasquilla el sustantivo. Después de todo el asunto es el del insulto. Una pregunta previa: ¿Por qué la gente se indigna tanto cuando alguien (que hace gente) la insulta? Y otra: ¿Qué es eso de insultar? El DLE (Diccionario de la Lengua Española. Desarrollo las siglas traídas a cuento aquí porque, de seguro, habrá quien las desconozca) dice que insultar es lo mismo que ofender. Vale. ¿Y qué con eso? Pues que insultar equivaldría a humillar el amor propio o la dignidad de alguien o ponerlo (a ese alguien), de hecho o de palabra, en evidencia. Muy bien. ¿Y por esta insignificancia tanto `tonto´ con micrófono delante o pegado al pecho rasurado la tarde antes protestando como si no hubiera un mañana? Yo no creo que sea para eso. Digo: Para tanto (acaso propio de `tontos´). El insulto es una palabra resguardada bajo la capa de una evolución etimológica tan digna de estudio como la de cualquier otro término biempensante. En el fondo embarrado de la cuestión hay un ego sublimado (la expresión se la debemos a Alejandro Jodorowsky. El chileno se la aplicó a su buen amigo Fernando Sánchez Dragó). Nada más. Pero nada menos. Nadie está por encima del bien y del mal. Cualquiera puede caer en las garras del insultador. Y, claro, salir fuertemente arañado. Ay, qué pupita mala me han hecho insultándome, por qué a mí: ¡Por qué! Eso no significa que el insultador no esté haciendo un uso legítimo, y hasta rico-riquísimo, del español. Si español es. O si en español habla y/o escribe. Sin embargo se le acribilla (sobre todo en los medios: Nidos de `chupópteros´ creciditos que pasaron por la Facultad de Comunicación o de Empresariales o de Economía o váyase a saber de qué y se consideran a sí mismos salvadores del mundo: Articulistas y columnistas y otras criaturas de lomo un punto (con be) basto y pelaje a modo de alfileres en punta. Dragó (tan periodista él) llama a estos últimos `tertuliasnos´. Nótese la ocurrencia: Una composición con dos términos (tertuliano y asno). Da eso: `Tertuliasno´. Algún bloguero hay también por ahí que no se escapa ni con alas de avioneta. Más ahora que son los propios periodistas (yo lo soy: Me titulé en Periodismo) quienes soportan el peso y poso de las palabrejas de turno que otros lanzan como lanzas envenenadas al prójimo. No oigo yo a estos hacer autocrítica cuando sueltan por el micrófono o en negro sobre blanco una (en andaluz) jartá de imbecilidades ideológicas con el fin único de derrocar a quien esté moviendo los hilos de no sé qué empoderamiento. Este es el periodismo que tenemos hoy. No busca él, no, la verdad. Quédese eso para la Filosofía. Ahora lo que se estila es el buenismo, la corrección política, el ensanche del ego y vaya usted a por uvas si no le gusta lo que digo o escribo. Graciosísimo todo. Para mondarse de risa. Y no menos repugnante de toda repugnancia. Yo (miope) lo entreveo así: Un periodista puede hacer uso de la libertad de expresión pero un nini, carne de red social, no. Que alguien me lo explique.
Diariamente “veo” a periodistas hacer política en vez de periodismo. Esto para mí es insultante. Diariamente “veo” a periodistas utilizar el insulto fino como medio para lograr un fin. Ejemplos de este tipo de insultos son: `Hortera´, `ruin´, `zopenco´. Ejemplo del fin que persigue el insulto es este: Echar por tierra o arrojar cuchilladas traperas a alguien.
Yo tengo el insulto por ejemplo vivo de riqueza lingüística independientemente del significado que arrastre. La capacidad de insultar no la tiene la palabra o expresión en sí. Esa debe otorgársela el insultado. No insulta quien quiere sino quien puede. Mis disculpas: Retiro la soplapollez que acabo de escribir. El periodista no es Dios. Los Medios de Comunicación de Masas no son el Olympo. Por consiguiente (así diría el muchacho que, me dicen, iba a la antigua Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla con la zona de carga de la furgoneta atestada de cántaras de leche allá por la década del sesenta. Un tal Felipe González Márquez) no son intocables y no son, desde luego, Hermanitas de la Caridad Mediática. Ojo: Tampoco los políticos lo son. Cada palo aguante su vela
(Una lista de insultos maravillosos podría ser la siguiente: 1. `Mamacallos´; 2. `Abrazafarolas´ (su padre fue periodista: José María García. Alias `Butanito´. Un `enterao´ muy crack); 3. `Gaznápiro´; 4. `Besugo´; 5. `Mentecato´; 6. `Estulto´; 7. `Chiquilicuatre´. ¿Sigo?).
Los medios y sus biempensantes a sueldo se rasgan las vestiduras sin razón. Yo no utilizo insultos en mi día a día. Y no me quedo a gusto. Para compensarlo diré que me aplico los de `piltrafilla´, `gazmoño´ y `tocapelotas´, así: A secas. ¿Habrá algo más liberador en el mundo que insultar y que le insulten a uno para acabar desembocando en la realidad de las cosas (o de la cosa asignada)? Quien haya buscado en el DLE `mamacallos´ y `gazmoño´ estará en el buen camino (el de apreciar el valor del insulto elegante). ¡Mi enhorabuena!
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