Me habría complacido frecuentar a Norma Jeane Baker. Destapar lo que su careta actoral encubría. No fue ella venturosa. Mucho (demasiado) coqueteó con Freud. Padeció a James Douhgherty, a Joe Dimaggio, a Arthur Miller. Anheló amor y halló sólo sexo. Su psicoanalista infirió, de ello, un comportamiento autodestructivo. Norma Jeane lloró al par que rió. Norma Jean ambuló más que se aquietó.
Con el correr del tiempo arribarían los espaldarazos profesionales. Prematuramente codició morir para fintar la decrepitud. Lo lograría el año 1962. Kennedy y su proxeneta alentarían el fatal final. No está claro del todo. A la sombra de ese misterio reverbera el mito.
Yo me habría prendado de Norma Jeane Baker de no encarnar, ella, a Marilyn Monroe. Marilyn seducía; Norma Jean, conjeturo, enamoraba. Marilyn excitaba; Norma Jeane, conjeturo, inspiraba.
Entrego, ahora y aquí, mi palabra.
Sólo es intuición. No doy fe.
Requiescat in pace.
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