Largo lamento (Pedro Salinas). La estrofa 3ª de “Dueña de ti misma” alude al hado. Usualmente cavilo en las dicotomías destino-carácter, carácter-destino. Que yo forje mi propio albur no me convence. Acaso posea el carácter que el azar (¿Dios?) haya tenido por bien atribuirme.
Enrique Rojas parió El amor inteligente en 1997. La obra refrenda lo que a los cuatro vientos proclamó Machado: “Se hace camino al andar”. Cuando la descifré (trotaba 2004) creí ser un excéntrico: a la sazón “amor” e “inteligencia” eran, para mí, términos divorciados. Hoy los juzgo en perfecto enlace matrimonial. Como “pasión” y “tontura” o “afecto” y “emoción”.
Buda, Krishna y Jesús de Nazaret impregnaron de filosofía mi espíritu. Entonces deduje que ambular por la vida sin desmejoramiento requería frecuentarles…
Y todo ello me lo ha sugerido la estrofa 3ª de “Dueña de ti misma”, poema de Largo lamento, poemario de Pedro Salinas. Entre Salinas y Rojas (Enrique) hay (debe haber…) un abismo. Lo que ocurre es que el psiquiatra entra mejor en periodos de bonanza anímica; para los otros (de melancolías postergadas…), el poeta se lo lleva de calle. ¿Y no es esto, pregunto, una essentialis contradictio?
Regreso, pues, a mi esencia. Yo me quedo con el poeta.
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