La biblioteca de Babel borgiana deviene arquetipo universal. Sus muros abrazarían todos los libros verosímiles. Yo, regularmente, acudo a ella. Se ubica a escasos dos metros de mi silla de trabajo. Hoy he vuelto a incursionarme por Gárgoris y Habidis. Una de sus páginas me ha llevado a evocar La casa de Aizgorri, de Pío Baroja. Ha acaecido por culpa de una presa (o dique).
El numinoso mamotreto de casi mil páginas engalana tan trillado motivo con narraciones míticas y bíblicas. Debajo subyace el mito del Arca de Noé. Hay un héroe, Hu, que vive junto a un lago con dique; también su esposa. Y un castor que se consagra a horadar el dique. A la escorrentía sobreviven héroe y consorte y una pareja de cada especie animal. Todos burlan a la muerte a bordo de una barca. Hu es adulado…
Valle Inclán reveló que la novela se le figuraba inmersa en neblinas. Por sus renglones transitarían vidas de ensueño. ¿Y de mito? Aquí concurren el castor y el ídolo (Mariano) y su potencial consorte (Águeda). También, la retenedora pared (el dique). Cabría amalgamar los conceptos “niebla”, “vida”, “ensueño”… Pregunto: ¿Y los libros con la vida? ¿Y la vida con los mitos? ¿Y la ficción con la realidad?… Somos mamelucos, ay, de una fábula repetida.
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