La indignación me embarga lastimeramente. Sin ambages: he leído dos novelas cortas, negras, de Manuel Vázquez Montalbán. Mi veredicto no puede ser más encontrado y angustioso: un bodrio. Conste que catalogo sin iracundia y sin vanidad de autor. Ya todo me da lo mismo. Soy un lector libre. Libérrimo. O insubordinado. Lo repetiré: lector libre y libérrimo o insubordinado. Y digo con voz alta y clara que no logro topar con un libro moderno, o relativamente moderno, que siquiera roce alturas de jilguero…
Ambas novelas, encastilladas en Historias de política ficción, airean clichés y estereotipos emulando las de Agatha Cristhie; sin hondura, los personajes; tramas poco hiladas; argumentos tediosos. Hasta hace una de ellas apología del descaro: el detective pronuncia el postrer y famoso y dilucidador soliloquio ante los asesinos al estilo de la señora Fletcher. Lo ya apuntado: irrisorias y ridículas historias (a no ser que fuesen concebidas para un público juvenil que ha leído poco. O ni por esas).
Confieso: es la primera vez, junto a cuando leí Al fin libre de J. J. Benítez, que he experimentado la inquietante sensación de perder el tiempo leyendo. Brrr.
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