lunes, 15 de marzo de 2021

348/ Amor erróneo

El hombre, a veces, se cree Dios. Huidobro habló del “pequeño Dios”. Juan Ramón, del Dios “deseado y deseante”. Huidobro nació el 93 del s. XIX. Juan Ramón, el 81 del mismo siglo. Creerse el hombre Dios podría juzgarse vulgar. Pero no es vulgar. Es primigenio. Es antediluviano. Como, por cierto, lo es el machismo. Podría pensarse que quien afirma lo aquí afirmado exagera un punto. Pero no exagera un punto. Acierta de largo. Lo peor de todo, conjeturo, es que la mujer junto con el hombre ha contribuido a que el estado de cosas actual sea el que es y no otro (y no otro mejor). Podría pensarse, repito, que lo traído aquí a escena no es más que una antigualla a la que no hay que prestarle atención. Con toda franqueza: lo dudo. Un fogonazo de asombro con mala sombra me ha cegado el pensamiento esta mañana. Léanse estos versos: 


     Soy tu amada, la mejor,

     te pertenezco como la tierra

     que he sembrado de flores.

     Tu mano reposa sobre mi mano,

     mi cuerpo es feliz,

     mi corazón se llena de alegría,

     porque caminamos juntos.


     Refiero lo siguiente: el sentimiento de pertenencia a otros que algunos seres humanos experimentan con independencia de su estatus social.

     El poema arriba copiado data de 2.000 años antes de nuestra era. Se encastilla en el papiro Harris 500. Su autor (o autora) es anónimo. Su actualidad, pasmosa. 

     Nadie pertenece a nadie. Digámoslo con claridad, sin arrogancia, sin miedo. Ni siquiera los hijos pertenecen a sus padres. El ser humano no es una trozo de carne (aunque lo parezca en ocasiones. Y añadiéndole ojos…) con que poder traficar. Ni un objeto arrojadizo. El ser humano (cada ser humano) es, sencillamente, un milagro. 

     Pues eso.      

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